Tomo prestado el título de Borges para hablar del lamentable espectáculo que están dando los gobiernos europeos ante la crisis humanitaria causada por ellos mismos en Libia, Siria y otros lugares de sus expolios, y que sólo puede explicarse por la absoluta dependencia de la economía y sus miserias en que ha caído la autodenominada 'comunidad internacional', que ha suprimido de las relaciones internacionales, y de su propio comportamiento, cualquier atisbo de humanidad, solidaridad e incluso de compasión, categorías, sin embargo, convenientemente caligrafiadas en sus constituciones, tratados y otros objetos de la falsedad.
En una ceremonia repetida de la mentira, los gobiernos parecen abrir sus brazos y afinar su sensibilidad ante el espectáculo de cientos de seres humanos ahogados en el mar durante su huida de la muerte, de la persecución o del hambre. Pasados unos días, los teóricos de los libros de cuentas comienzan a cuestionar las posibilidades de concordia entre las perentorias necesidades representativas, funcionales y escaparatistas de los países europeos y las demandas de pan, agua y cobijo de esos millares de desharrapados que claman desde maderos flotantes. E indefectiblemente ganan las necesidades de viajes en primera clase de parlamentarios europeos, nacionales, regionales o provinciales frente a las de leche caliente de los niños libios que ni siquiera saben mendigar en los idiomas oficiales de la UE.
La historia se repite: maloliente, hipócrita, mendaz. Pasadas un par de semanas, las imágenes de las barcazas repletas de sufrimiento han dejado de publicarse en los periódicos y de verse en las televisiones, arrumbadas, ocultas y menospreciadas por la parafernalia de los festejos electorales, el corbateo figurón, el patio de vecindad de la nadería o el insufrible pavoneo de las visitas de Estado. O tal vez por esa inefable costumbre que nos encanta de mirar a otro lado. Y el sol y el mar, y la injusticia y el desinterés, la guerra y el olvido, la falsedad palabrera, la hipocresía y, por qué no, la pura maldad que anida en, y sostiene a, la forma de vida 'occidental', se habrán tragado de nuevo a miles de personas, miles de historias, de afanes, de afectos, de familias y de sufrimientos que esta Europa de una sola velocidad, la del oprobio, ha vuelto de nuevo a despreciar.