OPINIóN
Actualizado 16/01/2016
Ángel González Quesada

Tomo prestado el título de Borges para hablar del lamentable espectáculo que están dando los gobiernos europeos ante la crisis humanitaria causada por ellos mismos en Libia, Siria y otros lugares de sus expolios, y que sólo puede explicarse por la absoluta dependencia de la economía y sus miserias en que ha caído la autodenominada 'comunidad internacional', que ha suprimido de las relaciones internacionales, y de su propio comportamiento, cualquier atisbo de humanidad, solidaridad e incluso de compasión, categorías, sin embargo, convenientemente caligrafiadas en sus constituciones, tratados y otros objetos de la falsedad.

En una ceremonia repetida de la mentira, los gobiernos parecen abrir sus brazos y afinar su sensibilidad ante el espectáculo de cientos de seres humanos ahogados en el mar durante su huida de la muerte, de la persecución o del hambre. Pasados unos días, los teóricos de los libros de cuentas comienzan a cuestionar las posibilidades de concordia entre las perentorias necesidades representativas, funcionales y escaparatistas de los países europeos y las demandas de pan, agua y cobijo de esos millares de desharrapados que claman desde maderos flotantes. E indefectiblemente ganan las necesidades de viajes en primera clase de parlamentarios europeos, nacionales, regionales o provinciales frente a las de leche caliente de los niños libios que ni siquiera saben mendigar en los idiomas oficiales de la UE.

La historia se repite: maloliente, hipócrita, mendaz. Pasadas un par de semanas, las imágenes de las barcazas repletas de sufrimiento han dejado de publicarse en los periódicos y de verse en las televisiones, arrumbadas, ocultas y menospreciadas por la parafernalia de los festejos electorales, el corbateo figurón, el patio de vecindad de la nadería o el insufrible pavoneo de las visitas de Estado. O tal vez por esa inefable costumbre que nos encanta de mirar a otro lado. Y el sol y el mar, y la injusticia y el desinterés, la guerra y el olvido, la falsedad palabrera, la hipocresía y, por qué no, la pura maldad que anida en, y sostiene a, la forma de vida 'occidental', se habrán tragado de nuevo a miles de personas, miles de historias, de afanes, de afectos, de familias y de sufrimientos que esta Europa de una sola velocidad, la del oprobio, ha vuelto de nuevo a despreciar.

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