OPINIóN
Actualizado 16/01/2016
Manuel Lamas

Termino de leer el libro que recoge la correspondencia mantenida por Stefan Zweig (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil, 1942) con su gran amigo  Hermann Hesse, escritor y pintor(Calw, Selva Negra, 1877-Montagnola, Suiza, 1962), una amistad que duró más de 35 años. Ambos personajes vivieron en un tiempo convulso. Fue muy trágica su época;  dos guerras mundiales alteraron enormemente las vidas de millones de personas.

A través de esa correspondencia, he conocido una parte de sus vidas no recogida en las obras. El día, a día, que configura nuestra realidad más cercana, es más elocuente que aquello que preparamos, con todo cuidado, para enseñarlo a los demás. El precio de vivir, nos exige abandonar los formalismos, sobre todo con las personas más cercanas. Estas cartas, recogen detalles que ilustran la realidad de entonces.

No me sorprende descubrir, en los hijos de otro tiempo, nuestras mismas  luchas y esfuerzos por sobrevivir. Aunque, en su época, fue más difícil. Ocuparon un momento de la historia, troquelado por el  horror y las persecuciones. Coincide este período, con la historia más oscura del pueblo alemán.

Sin embargo, la condición de vivir, nos obliga desterrar lo negativo, si queremos superar el presente y cambiar lo que está por llegar. A pesar de los zarpazos del destino, mostraron, a través de sus obras, lo mejor que tenían. Nos enseñaron que, la inteligencia, es capaz de llevarnos al núcleo de los sentimientos más recónditos cuando es conducida con acierto.


Hermann Hesse, nos transporta a lugares alejados y desconocidos; parajes, íntimos y solitarios, que habitualmente no visitamos. Casi siempre llegamos a ellos a través de los demás, o por alguna circunstancia extraordinaria. No es la reflexión una actividad habitual en nuestro tiempo.

Estos autores, que no tuvieron una vida fácil, nos abren las puertas de esos mundos contrapuestos y desconocidos. A través de sus obras, conocemos otras realidades, por las que merece la pena esforzarse.

Sin embargo, resulta desalentador, que después de superar tantos obstáculos, Stefan Zweig y su mujer, Lotte, decidieran poner fin a sus vidas el 22 de febrero de 1942. Zweig, desesperado por la propagación del Nacismo, decidió, junto a su esposa, poner fin a su vida.

Dejó escrito:   «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual, la labor intelectual significó el gozo más puro y, la libertad personal, el bien más preciado sobre la Tierra».

El convencimiento de que la expansión de Hitler sería imparable, fracturó la confianza de nuestro autor, hasta entonces fortalecida ante la adversidad. Tal comportamiento, me deja sin argumentos y añade un poso de desesperanza a mi ánimo. Esta conducta, muestra la fragilidad del ser humano, susceptible de conquistar toda la grandeza y padecer todas las miserias.

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