OPINIóN
Actualizado 14/01/2016
Redactor: Marcelino García

Europa debe apelar más que nunca a los valores que permitieron la implantación de la democracia y el Estado de Derecho, así como ser valiente y facilitar la acogida de los refugiados.

Jorge Valle Álvarez, activista de Amnistía Internacional.

     Partiendo de las actuaciones llevadas a cabo por los diferentes países europeos que han tenido que hacer frente al problema de los refugiados en los últimos cuatro meses -cuando más se ha intensificado, aunque Amnistía Internacional y otras ONGs llevan años advirtiendo e instando a los gobiernos a tomar medidas para aliviar la tensión bélica que se respira en Oriente Próximo y África- puede deducirse que esta nueva crisis de resonancia internacional amenaza, si no lo ha hecho ya, con destruir la imagen idílica que se proyecta de la Unión Europea, y que todos sus miembros se esfuerzan por seguir alimentando con actos huecos y palabras vacías.

     Lo cierto es que el cierre de fronteras ha supuesto una vuelta al pasado: Europa ya no es el continente que abría fronteras, sino que ahora estas vuelven en forma de muros y vallas que impiden la libre circulación de personas y que fomentan la concentración en los límites fronterizos de personas en condiciones nefastas y miserables. Vuelven los muros al continente que hace treinta años derrumbó el Muro de Berlín y el Telón de Acero. Los terribles atentados de París pusieron fin al breve oasis de solidaridad para con los refugiados, encabezado por la canciller alemana Angela Merkel, y supuso la chispa que necesitaba la xenofobia para alimentar el miedo y la sinrazón, la violencia y el extremismo, el odio y la ignorancia.

    Algunos datos y cifras pueden ayudarnos a comprender la magnitud del problema ?cerca de 700 niños han muerto en el Mediterráneo en su huida hacia Europa este año- pero sería injusto tratar a personas como simples e insignificantes cifras. Europa está ante su última oportunidad de recuperar la decencia perdida, la dignidad que el cierre de fronteras, la construcción de vallas y campamentos improvisados, los malos tratos propinados por la policía y las fuerzas de seguridad a los refugiados, han puesto en entredicho. 

    Europa debe apelar más que nunca a los valores que permitieron la implantación de la democracia y el Estado de Derecho, así como ser valiente y facilitar la acogida de los refugiados en vez de intentar frenar su llegada, más cuando países más pobres y con menos recursos como Jordania o Líbano están soportando casi todo el peso de esta crisis. Cada niño muerto en el Mediterráneo es un ataque a la decencia de Europa y esta no puede seguir mirando hacia otro lado.

 

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