OPINIóN
Actualizado 14/01/2016
Agustín Domingo Moratalla

La misma semana en la que el simbólico cuadro de Genovés se traslada del Reina Sofía al Congreso asistimos a declaraciones políticas que recuperan la distinción partisana con la que Carl Schmidt explica la actividad política, la distinción amigo/enemigo. Cuando creíamos que El abrazo de Genovés marcaría una etapa de reconciliación y sustituiría la categoría amigo/enemigo por la de adversario/compañero, nos despertamos con declaraciones que anuncian un horizonte donde la cultura política pactista sea sustituida por una cultura del odio, la vendetta y el resentimiento.

En lugar de iniciar trayectorias de hombres de Estado al reconocer la razonabilidad de los pactos y evitar que el bipartidismo se transforme en bipolarización, algunos políticos ya han dejado claro que esa cultura pactista es pura "ensoñación" (Antonio Hernando), que lo importante es crear una gran coalición "contra" el PP (Pedro Sánchez). Declaraciones que van en la misma línea de los líderes de Podemos y Compromis donde no hay cultura de pactos o acuerdos con altura de miras sino con voluntad de "echar a la gentuza del PP" (Pablo Iglesias). Una cultura que también parece desaparecer del valenciano Pacto del Botánico cuando el líder de Podemos en Las Cortes valencianas exige al PSOE "sacudirse la caspa".

 
Para quienes piensen que estamos ante simples excesos verba
les propios del género literario de la clase política, convendría recordar que detrás de estas expresiones no sólo hay palabras, sino hechos; no sólo hay discursos sino prácticas. Los escraches, el acoso a determinados partidos y sedes parlamentarias, la promoción de los cordones sanitarios, la protesta camisetera y la cultura de ajuste de cuentas que se está practicando en algunas instituciones municipales o autonómicas, son prácticas que tienen poco que ver con lo que simboliza el cuadro de Genovés. 
 
Junto al cuadro deberían colocar el discurso que Vaclav Havel pronunció en Oslo el 29 de agosto de 1990. Aunque también habría textos de Julián Besteiro, Manuel Azaña,  Pedro Laín o Julián Marías que podrían acompañarlo, quizá Havel situaría el abrazo en un contexto global y cosmopolita. Havel planteó unas Reflexiones sobre el origen del odio que son valiosas para la política española.
 
Para Havel, los que odian se consideran los auténticos portadores de la verdad absoluta, sienten que merecen el total reconocimiento del mundo, se sienten permanentemente frustrados e irritados, se comportan como niños mimados y mal educados que creen que su madre está en el mundo solo para adorarlos. Quienes odian carecen de sentimiento de la proporcionalidad, del buen gusto, del pudor y la capacidad de verse desde la distancia. Patrimonializan la justicia porque la conciben a su servicio. No miran a la cara. Desconocen el valor de la sonrisa, solo conocen la mueca.
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