Futuro Presidente,
Le escribo esta carta aunque probablemente no la leerá, pero no importa, quiero decirle algo. No me voy a dirigir a usted con tecnicismos de economía ni adulaciones fuera de lugar, no voy a hablarle de lo que espero de sus congresos y debates, ni le voy a decir lo que otros han hecho mal durante los últimos años. Tampoco quiero juzgarle, juzgar es oficio de los jueces. Yo soy una persona joven, estudio, quiero aprender, no sé muchas cosas que usted sabe, y quizá he reparado en algunas que en su trabajo quedan inevitablemente veladas. He oído hablar a mucha gente, a los adultos, a los mayores, he escuchado la radio y he visto la televisión. He leído, he mirado y he observado. Y después de todo eso me veo en la necesidad de pedirle que usted también escuche. Deje los discursos preparados a un lado de su escritorio, olvídese de la campaña electoral por un segundo y no conteste a las llamadas de sus asesores de imagen para la próxima puesta en escena. Párese, por favor, póngase ropa de calle y de un paseo en silencio. Deje de ser Presidente, sea un ciudadano por un momento y ahora sí, escuche?
No le conozco, ni usted a mí tampoco. En absoluto sé de la educación que recibió de sus padres, ni en qué colegio estudió, ni si sus profesores alguna vez le dijeron lo que tenía que hacer para ser mejor. No sé si sus valores se parecen a los míos, ni si son más o menos buenos, o si están muy lejos de lo que yo espero de alguien que va a encargarse de mi futuro durante cuatro años. Pero sé una cosa, y es que usted es una persona como yo, ha tenido y tiene una vida, algo muy valioso en las manos de cualquiera. Seguramente su familia le quiere, y si no lo hace, apuesto a que más de una persona llamada amigo está ahí cuando lo necesita. Del mismo modo que ellos necesitan de su persona, de su tiempo y de su ayuda, usted no habría conseguido parte de lo que tiene sin su apoyo. Sabrá entonces que nadie es imprescindible, pero cada cual aporta algo a los demás, algo que los demás no tienen y requieren frecuentemente. Y ampliando algo más ese círculo, observará que también necesita en su propia vida a los desconocidos. Sí, a los desconocidos, aquellos que se encuentra en cada esquina de la ciudad. Ellos también hacen algo por usted, incluso cuando no lo ve. Cuando compra el pan en su tienda habitual, una persona se ha molestado en madrugar para encender un horno. Y no solo eso, muchos individuos han tenido que transportarse desde un lugar a otro para que lo que necesita esté justo donde y cuando lo va a buscar. De la misma manera hay personas que conducen por usted, y normalmente, también por todos nosotros cuando necesitamos un medio de transporte. Esas personas siempre se encuentran en su camino, sin embargo, probablemente pasen desapercibidas por delante de sus ojos. Usted también necesita comer, comprarse ropa, sentirse cómodo y tener salud. Lo que hay en el supermercado también ha pasado por manos de desconocidos. Han trabajado para que tenga la posibilidad de adquirirlos, y a un precio probablemente bastante más alto de lo que han cobrado por elaborar. Puede que lo que hayan cobrado no sea suficiente para comprar lo que les haga sentir cómodos como a usted, quizá tengan que conformarse con algo menos. Quizá tengan que trabajar demasiadas horas para conseguir demasiado poco a cambio. Sin embargo, lo hacen por y para todos nosotros, y ese trabajo es igual de importante que el suyo. Su salud es igual de importante que la nuestra, pero no siempre igual de accesible. Y Señor Presidente, eso me preocupa mucho. Me preocupa que no vea personas, sino votos. Que no vea vidas, sino números. Que no vea familias, sino estadísticas de paro y pobreza. Me preocupa que no vea niños que necesitan educación y oportunidades, y que sólo vea leyes o reformas pendientes. Me preocupa enormemente que crea que le necesitamos más que usted a nosotros. Porque he de decirle que si piensa de ese modo está muy equivocado.
Yo quiero aportar algo, aportar algo a mi vida, a mi país y a mi mundo. Me formo para que mi futuro sea digno, y no solo de mí, sino del lugar donde he recibido las herramientas necesarias. Y dentro de esas herramientas entran todas las personas que han hecho y hacen posible mi aprendizaje: mis profesores, maestros y guías. Aquellos que también trabajaron para que usted esté donde está, y haya llegado a ser lo que es. No sé si se acordará de lo que le enseñaron, si guarda cariño a alguno en especial, o si aprendió por las malas las lecciones más difíciles. Pero creo necesario y espero, que entre sus valores esté la empatía. Quiero que se imagine ser cualquiera de los desconocidos que se cruza durante el día, los que hacen su vida más fácil. Quiero que intente ver a través de los papeles y los gráficos, ver qué haría sin esas personas que no conoce, si por casualidad estaría sentado en su despacho. Quiero que piense en cómo se sienten algunos, en la incertidumbre, la inseguridad, la desprotección y la vulnerabilidad que viven mientras usted prepara sus discursos y se sienta en una silla para hablar de sus planes. Su país somos nosotros, su trabajo es tan necesario como cualquier otro, pero es el suyo, y de nadie más. Por ello le pido, Señor Presidente, que después de dar un paseo en silencio y volver a su escritorio se de cuenta del esfuerzo que requiere hacer funcionar la vida, y el mundo. Requiere sudor y lágrimas, requiere madrugar sin haber dormido ni cinco horas, requiere soportar las quejas de los demás y seguir haciéndolo lo mejor que sabes/puedes. Pero sobre todo, y lo más difícil, es que supone ponerse en el lugar del otro, incluso cuando el otro no puede ponerse en el tuyo. Y es que cada uno tiene su sitio en el mundo, pero el mundo es de todos, y todos somos parte de él. Señor presidente, si su sitio es el que merece, le aseguro que muchas personas merecen mucho más de lo que nunca van a conseguir. Por ello, y porque usted sí ha conseguido tener un sitio privilegiado, haga de él un puesto digno de su persona. Haga que en estos cuatro años se merezca cada día estar sentado en su despacho, y que estar sentado en su despacho no sea lo único que haga. Ofrezca a esas personas que se cruza cada día lo que querría en su lugar, ofrézcales lo que ellos necesitan. Porque ellos necesitan más de lo que dan. Y lo que dan, Señor Presidente, es exactamente lo que usted tiene.
Atentamente,
una desconocida