OPINIóN
Actualizado 10/01/2016
Quintín García

V


Del frío
hielo y las frías
soledumbres de Ávila
?piedra de almena y dólmenes,
pardos páramos, rastrojeras
amarillas frente al solo
azul del cielo? en rápido
arrebato de la carne
al transido ardor del dardo:
roja hoguera, temblor,
tenue brisa, espasmo, llama,
llaga y hierro candente, queja
y gozo a la vez en el corazón;
amor, dulzura, miel
en la boca escocida por la sed
que desencadenan las noches oscuras
?Auschwitz, Hiroshima, Vietnam,
Sarajevo, Ruanda, Iraq,
Palestina, Sudán, Palestina...?; grito
de silencios numinosos,
contento y embeleso,
ay, trágico dulzor amargo
por querer aprehender entre esas manos
de barro ?¡cómo decirlo!?
el suavísimo fragor del dardo,
el berrido errante
del Ciervo vulnerado
que habita por los montes,
el paso raudo, la leve
andadura de un Viento
que se oye y se siente ?¿dónde?,
¿dónde?? y ya ha pasado.
 
Y queda

nuestra estancia silenciosa, deshabitada,
turbia, como el cuerpo
en horas de oscura mudez
o álamo en invernal
desnudamiento.
Queda, sí, de nuevo,
la penumbra anidada en mis ojos
como nido de mirlos piadores, vacío
ya, abandonado de sus blancos
moradores, cuya ausencia al alba
agría el sabor de las encías,
estría la piel, huérfana,
de los labios.

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