OPINIóN
Actualizado 09/01/2016
Ángel González Quesada

Sin duda habrá expertos que sepan definir científicamente las razones de la creciente melancolía que está sucediendo a la ya casi agotada indignación ciudadana debida a la desigualdad, la injusticia, la imposición o la arbitrariedad en todo lo que tiene que ver con las instituciones públicas o la gestión política del país. Una inocultable desactivación progresiva de la fuerza reivindicativa de la sociedad en general, casi ayer un grito unánime en las calles, se ve hoy reducida cada vez más a la manifestación pública del agravio particular o la aislada protesta de colectivos concretos, al ejemplo sangrante o el sucio detalle, realidad que es celebrada y aplaudida por políticos de toda laya que ven con alegría cómo se desactiva aquella amenaza real para sus intereses que percibieron a partir del llamado 15M,  hoy convertida en poco más que motivo de conversación en la barra del bar.

La razón principal de esta melancolía ciudadana que amenaza hacerse crónica, es la certeza de la imposibilidad de vencer a un sistema político, el español, diseñado, alimentado y gestionado para mostrarse siempre favorable a las instituciones partidistas (gestionadas por partidos) y no a los ciudadanos a los que debían representar. Cuestiones como que la Justicia, la distribución de la riqueza, la preponderancia de la religión, la Educación o la Cultura sean manipuladas al antojo, capricho e interés de sus gestores profesionales, sin que exista mecanismo alguno de participación ciudadana, reducida ésta a las convocatorias electorales cuatrienales cuyos resultados una y otra vez sólo, y nada más, sirven para el trueque político, la negociación partidista o el reparto institucional, contribuyen a aumentar la sensación de inutilidad de la participación en un sistema ajeno y a generar la melancólica certeza de ser, como sujetos democráticos, manipulados y utilizados. Cuestiones como la Monarquía, impuesta por un régimen dictatorial, que no ha sido discutida por quienes podrían hacerlo para librar a los ciudadanos de su obligada condición de súbditos, y hoy día salpicada por escándalos variados y no por ello menos mimada por los partidos políticos, que incluso asisten con servilismo y potencian sin pudor la duplicación de reyes y reinas, privilegios, aforamientos, sobreprotecciones y desdenes múltiples a la ciudadanía, hacen que triunfe, melancólicamente, la certeza de que ninguna acusación, prueba, juicio, proceso, investigación o testimonio vayan nunca a prosperar contra miembro alguno de esa institución.

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