OPINIóN
Actualizado 05/01/2016
Francisco Delgado

"Desde otra perspectiva más general, cultural, sociológica, la clausura de esta librería es un mal síntoma, muy malo"

Cualquier salmantino amante de los libros puede sentir el cierre de la Librería Cervantes como el cierre definitivo de una ventana, de un cuarto no bien aireado, que, a partir de ese momento, va a tener aún menos luz y ventilación. Esta es la metáfora más precisa para explicar cuánto representa esta librería en la vida cultural de la ciudad: para cualquier generación Cervantes ha sido el espacio de búsqueda y encuentro de la novela deseada, o del libro histórico, o técnico, o de cualquier género literario que un salmantino estuviera buscando. A lo largo de muchas décadas.

Desde otra perspectiva más general, cultural, sociológica, la clausura de esta librería es un  mal síntoma, muy malo. Pues es la evidencia de que, aproximadamente desde el comienzo de este siglo, en Europa en general y en España en particular, estamos viviendo en una sociedad muy distinta a la anterior; una sociedad en la que, para decirlo en términos financieros, tan utilizados en la actualidad, los "valores que cotizan" son muy distintos a los que "cotizaban" hasta hace tan solo unas décadas. El libro, la palabra escrita, el pensamiento, la poesía, el arte en general, eran valores "sólidos", nos importaban, los adquiríamos, nos acercábamos a ellos, hacíamos de ello nuestro placer y nuestro ocio. Luego llegó a los mercados y a nuestras vidas lo digital, lo electrónico, inundándolo todo, de imágenes, de información "práctica", de posibilidades de comunicar?y nos encontramos con la paradoja de que cuanto más comunicamos menos decimos; menos palabras utilizan nuestros dedos y nuestro cerebro. Comprando el primer "e-book" te regalaban, ya descargados, mil libros de literatura española, u otros: una fórmula que se ha desvelado ideal para no leer ninguno.

Los pocos libros que se compran (comparados con los que se compraban en el siglo XX) se compran desde el ordenador de casa, a través de editoras que suplantan a las librerías de siempre; a las que vendían los libros desde que estos comenzaron a imprimirse.

En Salamanca, en mi juventud, los amigos quedábamos en algún café para ver Estudio Uno, en aquella televisión en blanco y negro, y luego comentar la obra alrededor de la mesa. O íbamos a uno de los muchos cines del centro, o al cine club universitario, los domingos por la mañana. O íbamos a la librería Cervantes a buscar el libro que alguien te había recomendado. Nos comunicábamos hablando, tocándonos, viendo nuestras expresiones. Ahora ya sabemos dónde van, si van, las nuevas generaciones: a espacios digitales, a través casi siempre de  ese amuleto perenne en el que se ha convertido el teléfono móvil.

Ya no iremos a la Librería Cervantes.  ¡Ojalá no sea un primer paso para no ir nunca a La Mancha de Don Quijote!, para no penetrar en las páginas escritas por don Miguel de Cervantes, o para conocer solo los atardeceres, cuando nos "los" manda alguien en un par de centímetros de pantalla de nuestro ordenador o de nuestro móvil.

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