OPINIóN
Actualizado 04/01/2016
Jotamar

Resulta que los concejales de un grupo político del Ayuntamiento se van, a hora temprana del treinta y uno de diciembre, acuden, digo, a la ofrenda floral en el cementerio de la ciudad en merecido homenaje al eximio rector, don Miguel de Unamuno y Jugo, con motivo del setenta y nueve aniversario de su muerte. Buena forma de terminar el último día del año, como no podía ser de otra manera; pero desaparecen de las calles por las que él pasaba cada mañana camino del rectorado -al insigne escritor me refiero- haciendo notar su ausencia a un acto entrañable e irrenunciable, en un ejercicio equivocado de lo que es o no es su deber como concejales. Le dicen no a Unamuno frente a su casa, tal vez por absurdos politiqueos o por esa incesante búsqueda de protagonismo que vienen persiguiendo en los últimos meses por asuntos baladíes.

 

Si quieren algo de eso, de protagonismo, oigan, 'échenme una mano' para acabar con una lamentable chapuza que salmantinos y foráneos tenemos que soportar junto a la iglesia de san Martín, en su fachada de la calle Quintana, rúa conocida con anterioridad como del Ochavo. Cuando se instaló, mejor diríamos se colgó de cualquier forma la lona -que no trampantojo, que es otra cosa- titulábamos un artículo "La Chapuza", sin tapujos y empleando la palabra exacta. El tiempo, y acaso o también los elementos naturales, nos han venido a dar la razón: la solución que en su día se tomó para tapar una vergüenza no es que sea peligrosa, lo es desde luego, pero a nosotros y a los salmantinos todos se nos antoja un colgajo cual horrendo adefesio.

 

A los culpables se los señalo, por si no hubieran reparado en ello. En primer lugar, la Corporación Municipal, de la que Ganemos forma parte, por su tardanza en ocultar el ruinoso agujero y admitir actuación tan chapucera; y la Comisión de Patrimonio, en segundo y desafortunado lugar, por permitir tamaño ejemplo de atentado al buen gusto y al cuido y mimo que Salamanca merece como Patrimonio de la Humanidad. Por eso oso pedir su mano, la ayuda del grupo político, porque los ediles tienen más poder y este humilde escribidor no se cansará de insistir hasta que la lona, el feo artilugio se convierta en un bello trampantojo. Que el tiempo corre muy deprisa y pasarán años antes de que en el agujero se levante un edificio.

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