OPINIóN
Actualizado 04/01/2016
Antonio Matilla

Luca Purchiaroni, maestro organista italiano, uno de los grandes organistas del momento, casado con una salmantina, nos ha deleitado ayer por la tarde con un concierto de órgano. Su maestría ha quedado más en evidencia dadas las malas condiciones en que se encuentra el instrumento, necesitado de terminar la restauración que se inició hace unos años y de otras reparaciones urgentes que han ido aflorando en los últimos tiempos. Se ha jugado su reputación y eso es muy de agradecer. Tenía poco que ganar y algo que perder y ha salido airoso para deleite de los cientos de melómanos que allí nos dimos cita. También debo agradecer a D. Fernando García Herrero el que dijera claramente que este concierto tenía como finalidad complementaria, aparte del deleite artístico, el hacer caer a todos en la cuenta de la necesidad de comprometernos en el mantenimiento, conservación y, en su caso, restauración del patrimonio artístico: "una herencia recibida del pasado de la que somos responsables", como me dijo el maestro Purchiaroni en conversación privada a la par que amable.

Mientras interpretaba "La montanara" de G. Rossini me dio por meditar en el patrimonio artístico que ha caído bajo mi responsabilidad en los últimos dos años y sobre lo que sería un programa mínimo de acción en el inmediato próximo futuro. Me limitaré a enumerar algunas necesidades: completar la restauración y posterior afinado del órgano de la Purísima; restaurar el órgano de San Martín, que todavía suena, pero al que solo D. Amador logra extraer algo de música; abordar la gran obra de consolidación estructural del templo de San Martín, dos veces prometida por las autoridades competentes; reparar el tejado de la bóveda central sobreelevada en el siglo XVII sobre la original románica; restauración de la antigua casa del sacristán; limpieza interior de la piedra; restauración de las tres puertas exteriores del templo; limpieza de los retablos; mejora y modernización de la iluminación; reparación del tejado de la iglesia de San Julián y consolidación de las cornisas, cambio de ventanas por otras a prueba de palomas, esas ratas del aire que inundan los templos aprovechando cualquier grieta; reparación y limpieza integral del tejado de la iglesia de Santiago.

Hace poco más de un año se reformó, a cargo de los fondos parroquiales y gracias a un generoso préstamo complementario del obispado, el tejado de la nave izquierda de La Purísima; en el 2015 se reparó el tejado y se consolidaron las cornisas de San Benito; la iglesia de San Sebastián, a Dios gracias, fue felizmente restaurada hace pocos años y luce esplendorosa y coqueta en plena Plaza de Anaya, pero hay que seguir limpiándole el tejado todos los años y otras pequeñas reparaciones, como en todos los templos, para evitar males mayores.

¿Quién tiene que abordar todos estos trabajos? Varios protagonistas: 1) desde luego las comunidades parroquiales respectivas, como ya se hizo en la Purísima, en San Martín hace años y recientemente con la obra de consolidación y musealización que ha llevado a cabo 2)la Fundación Santa María la Real, apoyada por la Fundación Iberdrola y la Junta de Castilla y León; 3) en las próximas semanas vamos a abordar la obra de San Julián, una vez pasadas las fiestas navideñas, con fondos y colectas parroquiales  -esperamos una vez más la generosa colaboración de los feligreses- y siempre 4)con el apoyo del obispado; 5) los turistas y visitantes que recibimos en gran número en todas las iglesias, deberían irse mentalizando de que deben colaborar voluntariamente con aportaciones económicas simbólicas y mínimas, pero reales. 6) Las autoridades políticas, singularmente la Junta de Castilla y León, deberá seguir apoyando; sé que la crisis económica ha condicionado mucho este propósito, pero parece que ya iría siendo hora de destinar una pequeña parte de los impuestos percibidos a mantener y embellecer el Patrimonio que nos dignifica a todos, imprime carácter a nuestra ciudad y genera ingresos por turismo, comercio y servicios. Espero que ninguna discusión interna aplace la urgencia de estas intervenciones.

Esto es lo que, como diría Santa Teresa de Jesús, "la loca de mi casa" me trajo a las mientes mientras escuchaba al maestro organista Purchiaroni. Gracias, maestro, por tu música y por la oportunidad de silencio y de reflexión serena, sin agobio interior, que me proporcionaste.

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