Conozco a pocos que, como Roberto Juarroz, nos descubran la materia esencial que amalgama a las palabras; y no encuentro mejor manera de 'estar' con ustedes, en este territorio de los deseos que entraña el ritual del cambio de guarismo, que ofrecerles las suyas:
Sacar la palabra del lugar de la palabra
y ponerla en el sitio de aquello que no habla:
los tiempos agotados,
las esperas sin nombre,
las armonías que nunca se consuman,
las vigencias desdeñadas,
las corrientes en suspenso.
Lograr que la palabra adopte
el licor olvidado
de lo que no es palabra,
sino exactamente mutismo
al borde del silencio,
en el contorno de la rosa, en el atrás sin sueño de los pájaros,
en la sombra casi hueca del hombre.
Y así sumado el mundo,
abrir un espacio novísimo
donde la palabra no sea simplemente
un signo para hablar
sino también para callar,
canal puro del ser,
forma para decir o no decir,
con el sentido a cuestas
como un dios a la espalda.
Quizá el revés de un dios,
quizá su negativo.
O tal vez su modelo.