OPINIóN
Actualizado 02/01/2016
Soledad Murillo

Estas navidades estamos siendo testigos de algo más que la paradoja de hacer regalos más basados en la obligación que en el libre deseo que debería tener todo detalle para quien cada uno quiera, estamos inmersos en una idea general: la unidad de España en clara referencia a Cataluña y su proceso de referéndum. Los partidos políticos, desde la noche electoral, van enseñando sus cartas, pero más como si fuera un juego de póker donde todos se vigilan mutuamente a ver si adivinan las cartas del otro, que como una política de pactos. Y como en el póker todo vale para tener la última palabra. Pero todos los juegos de azar introducen el farol, o la simulación, como estrategia a seguir. Uno de los principales faroles es hablar de la lista más votada para identificarla con el deseo de la mayoría. No importa si la aritmética de los votos desmiente semejante aspiración, La mayoría se alcanza con 176 votos, lo que implica pactos entre listas, sean cuales sean los sumandos.

El PP sólo ha conseguido 123, que es mucho, pero no constituye por sí mismo la mayoría de todos los representantes que han votado los españoles. "La lista más votada" es una conocida trampa semántica, más propia de un casino, que de formaciones políticas que se suponen que han concurrido pensando en este país más que en su propia reputación. Pero en política parece que todo vale con tal de que se repita lo mismo una y otra vez. Por eso, Ciudadanos que, desde luego, es el único que se ha ganado a pulso el título de bisagra, o mecanismo que sirve como punto de unión entre dos elementos, puertas, ventanas, o lo que haga falta; ha conseguido ser el grupo experto en apuntalar la lista "más" votada, amparándose en esta falsa idea para quedar como los más pulcros, al erigirse como los únicos que respetan el deseo de la ciudadanía. Pero sin hacer bien las cuentas, porque de otra forma no podrían mantener su equidistancia.

Podemos se suma a la subasta, es decir a la primera demagogia. Un profesor de Ciencia Política sabe muy bien que los diputados no tienen capacidad para presentar leyes, sino el Gobierno a través de cada Ministerio y, a pesar de gustarme mucho su propuesta de una Ley de Emergencia Social, absolutamente necesaria y oportuna, es evidente que le toca realizarla al gobierno en funciones, el cual como no le han apoyado, seguro que encuentra la oportunidad para ajustar cuentas y hacerse el sordo. El PSOE por su parte no tuvo a Pedro Sánchez haciendo balance de las elecciones, sino que éste delegó en su segundo, su Secretario de Organización, con un débil discurso a la vez que amenazaba con llamar al orden a las agrupaciones rebeldes, como si su imagen necesitará reencarnarse en el monolítico Stalin por una noche. Mientras, todos los demás barones se han unido para corregir a Sánchez, como si fuera un díscolo alumno y no un secretario general para dictarle los deberes, pero públicamente. No hay nada más perverso que debilitar a otro, con la única intención de subirse en sus hombros. ¿Son pactos o se trata del sempiterno: Hagan juego señores!?

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