OPINIóN
Actualizado 02/01/2016
Ángel González Quesada

Ante la casi interminable indignación que sigue causando el conocimiento ?más bien el 'desvelamiento'- de los privilegios legales de que han venido disfrutando durante décadas, y todavía, nuestros representantes públicos ?electos o no-(parlamentarios, alcaldes, concejales, ministros, directores, consejeros, presidentes de cualquier cosa y un etcétera tan largo como desafiante); privilegios y prebendas frente a los que los grandes partidos ?ya por poco tiempo- responden 'sosteniéndola y no enmendándola', es decir, reafirmándose en un clasismo inaceptable que es también constatación de su absoluta ceguera ?y desprecio- para con las preocupaciones de la ciudadanía, uno de los 'curiosos' efectos es el intento de diferenciación que otros colectivos intentan frente a esta nunca mejor llamada 'casta' política.

Uno de esos colectivos ?aunque tal vez el cemento de su unión no sea más que su nombre- es el de los medios de comunicación y, por extensión, el de los periodistas. Puntales del desarrollo democrático en los primeros tiempos de la democracia, los medios de comunicación, casi en su totalidad, han devenido actualmente cómplices, una suerte de voceros interesados de diferentes opciones políticas y económicas cuando no, o simultáneamente, actores del más lamentable amarillismo y el más indigno sensacionalismo. Tal vez por eso causa sonrojo y a veces vergüenza ajena contemplar programas como el que Canal+ titula 'Las caras de la noticia', un recorrido por los rostros y trabajo de presentadores de telediarios, redacciones de informativos y funcionamiento diario de ambos que, con gran despliegue de medios técnicos ?grúas, travellings, tipos de montaje, diseño de producción, etc.- e innegablemente inspirado ?no diré copiado- en la serie estadounidense 'The Newsroom' emitida por la misma cadena, pretende transmitir al espectador una imagen del presentador-periodista, de la generación de los informativos, de las preocupaciones frente a las noticias, de la profesión misma y hasta del contenido ético del pensamiento periodístico y la supuesta moral de servicio al ciudadano que dice inspirarlos que, vistos como vemos los resultados, es decir, contemplados luego los informativos televisivos reales, sus prioridades, orden, lenguaje e intención, sus rellenos, sus asociaciones, sus 'minutajes', sus manipulaciones y, sobre todo, sus indignantes sesgos ideológicos y sus abaratadores dirigismos, llega uno a la conclusión de que el mencionado programa 'Las caras de la noticia' no es más que, además de un chabacano ?y vano- intento de redignificar una profesión en sus horas más bajas y, por supuesto, de diferenciarse de la cloaca general reinante, otro ejercicio, como los telediarios, de burda manipulación.

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