OPINIóN
Actualizado 02/01/2016
Tomás González Blázquez

Cubierto con una capa de melancolía, Boabdil se acercó a los Católicos a entregarles el anillo y el talismán- hecho llave- de la ciudad. Solo hizo una petición: que la puerta por la que él saliera de Granada no volviera a cruzarla nadie más, y Fernando di

Aquel amanecer era el del 2 del enero de 1492. Han pasado quinientos veinticuatro años. Si hiciéramos una encuesta a los españoles, ¿cuántos sabrían identificar el 2 de enero como una fecha importante en nuestra Historia? Si les preguntásemos, una vez informados, sobre su percepción del hecho histórico, no pocos reaccionarían con indiferencia u opinarían negativamente. Hasta en la propia Granada la conmemoración es contestada. España siempre es la mala de la película, sobre todo en la propia España. No necesitamos leyendas negras fabricadas fuera, pues nosotros nos bastamos.

 

Aquella entrada en la ciudad de la Alhambra, pactada en las capitulaciones de Santa Fe, se adelantó al segundo día del año, ante las llamadas de algunos imanes a la guerra santa contra el cristiano. Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón culminaban la larga aventura de la Reconquista, iniciada casi ocho siglos antes en la montaña santa de Covadonga. Las Españas iban confluyendo para que renaciera España. Un proyecto común, aunado por la fe compartida, se iba abriendo paso y completaba la recuperación de su territorio natural. La granada nazarí se unía a leones, castillos y barras aragonesas, y pronto se hermanaría con las cadenas navarras, mítica evocación de otra batalla, la de las Navas de Tolosa.

 

Una jornada memorable, ese 2 de enero, de la que ya no hacemos feliz memoria, sino sumarísimo juicio a la historia de España, a sus reyes y empresas, a sus campañas militares y victorias, causantes de todos los males. No pueden ser todo sombras aunque las haya habido, y muchas. No se puede ser tan crítico y tan poco autocrítico. No tan severo con la Nación española y a la vez tan entusiasta de una inconsistente ocurrencia como la plurinacionalidad. No tan receloso cuando no hostil hacia lo cristiano por el mero hecho de serlo, aunque contribuya al bien común o esté inscrito en nuestro devenir como pueblo. No tan olvidadizo, desagradecido o acomplejado como para no celebrar cada 2 de enero.

 

Imagen: Rendición de Granada, de Francisco Pradilla (Palacio del Senado)

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