LOCAL
Actualizado 01/01/2016
Santos Gozalo / El Norte de Castilla

Por primera vez desde el inicio de la crisis la cifra no crece, por lo que Godofredo García , presidente de la Febacyl confía en que "sea el inicio de la bajada y ojalá que en unos años no seamos necesarios, la mejor noticia sería que no tengamos razón de

Godofredo García Gómez, salmantino que preside la Federación de Castilla y León (Febacyl) ha confirmado que se ha dado una variación en las cifras de usuarios de esta ONG: "Hemos notado una bajada, o por lo menos que el número no ha aumentado, esperemos que sea el inicio del descenso y ojalá que en unos años no seamos necesarios, la mejor noticia sería que no tengamos razón de ser". A pesar de ello, todavía hay más 70.000 personas en esta Comunidad que reciben productos básicos a través del Banco de Alimentos. La pobreza nunca descansa, se niega a conceder una tregua. Conscientes de ello son los voluntarios de esta organización, tanto los colaboradores habituales, en su mayoría pensionistas y parados, como quienes ofrecen apoyo ocasionalmente, cuando hay una campaña para recoger comida.

Solidaridad salmantina

Entre los que acuden todo el año a la nave ubicada en Mercasalamanca, se encuentra Santiago Romero, un desempleado de mediana edad que, gracias a su acción solidaria, olvida durante unas horas la delicada situación económica que atraviesa desde que perdió su empleo. Eso ocurrió hace siete años. Hasta ese momento trabajaba en la construcción, pero tras el estallido de la burbuja inmobiliaria se quedó en el paro. Y lo que vivió después resultó peor: nadie le dio la oportunidad de reincorporarse al mercado laboral. "Cuando iba con el currículum a las empresas, me trataban como si fuera un bicho raro", recuerda con gesto indignado.

Ahora, después de tres años en el Banco de Alimentos, ha recuperado la sonrisa: vuelve a sentirse útil. Pasa gran parte de su tiempo en la nave de Mercasalamanca. Allí se dedica a colocar las cajas de leche, galletas o aceite en los estantes. "Ayudo por las mañanas, por las tardes y, si hace falta, también por las noches", dice con expresión jovial. Dentro del grupo de voluntarios habituales también figura Miguel Criado, que, entre otros cometidos, recoge la comida que donan los particulares y la traslada al almacén. Las tareas que desempeña le mantienen distraído. Y en ellas seguirá inmerso, ya que odia estar en casa sin ninguna ocupación. "Después de  prejubilarme, me di cuenta de que necesitaba invertir mi tiempo en algo y decidí embarcarme en esto", afirma. Y no se arrepiente de la decisión que tomó. "Aquí estoy a gusto", añade.

Con energía para asistir a los necesitados se encuentra, a su vez, Alfonso Prieto, un pensionista de Villoria que colabora todo el año con los dominicos de Babilafuente y ocasionalmente con el Banco de Alimentos. Y lo hace con dedicación, siempre dispuesto a apoyar a quienes sufren las consecuencias de la precariedad laboral. Él sabe qué es la pobreza, puesto que la sufrió en su infancia. "Pasé hambre, conocí la posguerra", recuerda. Los episodios de aquella época le empujaron a cultivar su faceta solidaria. Lleva muchos años respaldando a los desfavorecidos. "Desde siempre me ha gustado estar cerca de los que sufren y pasan hambre", concluye.

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