OPINIóN
Actualizado 31/12/2015
Toño Blázquez

Uno tiende a la melancolía siempre que roza despedidas. No sé, tengo ese defecto. Tengo bastantes más, pero no quiero abrumarles con el catálogo. Llegado el último día del año parece que es imprescindible recapitular. hacer resumen, volver la vista atrás y dejar contabilidad de los hechos fundamentales que han acaecido en 2015. Cuando mis fuerzas jóvenes dedicaban mucho tiempo al periodismo, llegadas estas fechas le metíamos un montón de horas a estos resúmenes del año. Eran días temibles porque no solamente acababa el año y se juntaban las tropecientas cenas con la Navidad, los Reyes y la exaltación talibán de la bondad y la alegría de vivir en familia, no: había que volver a enero y ¡empezar otra vez! Para reseñar lo más destacado. Pero se hacía, llegaba la Navidad, se pasaba la Navidad, llegaba enero y se pasaba enero?

 Y por fin llega la melancolía, que es como un peluche amoroso alrededor de tu cuello, arrebujado en el tresillo con tu mantita preferida. "La melancolía, decía Víctor Hugo, es el placer de estar triste". A mí me gusta esta forma de verlo. Y debió disfrutar fuertes dosis de ella el tío éste para escribir el tocho de Los Miserables.

 Pero hay tipos que lo ven de otra manera. A Lorca, por ejemplo, le dio un reventón de optimismo a lo Paulo Coelho cuando se sentó y escribió: "Desechad tristezas y melancolías. La vida es amable, tiene pocos días y tan solo ahora la hemos de gozar".

Pues tampoco le falta razón al autor de Yerma. Es otra forma de verlo. No es mi caso. Yo tiendo al ensimismamiento, me invade en días como este una tontorrona luz de melancolía.

 Otro colega del autor de Nuestra Señora de París, Stendhal, fue más allá en el análisis pormenorizado de estos vericuetos sentimentales. Se levantó un día flamenco y largó lo siguiente: "Las gentes propensas a la melancolía son las mejor dotadas para el amor". La frase queda mona pero para mí que se pasó tres pueblos porque yo tengo un cuñado que siempre anda muy mohíno y tiene muy malas pulgas.

 La melancolía cuesta y aquí es donde se gana: cuando acaba el año.

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