OPINIóN
Actualizado 28/12/2015
Antonio Matilla

He visto la alegría de unos orientales (¿chinos?) haciéndose selfies con "la bola" de la Plaza Mayor. Debe de gustarles, seguramente porque su leve asimetría e inclinación encaja muy bien en el Barroco, que no es un arte evidente en sí mismo, sino que juega con nuestro inconsciente haciéndonos ver cuadrados donde en realidad hay trapezoides u obligándonos inconscientemente a entrar en el antiguo Colegio Mayor de la Orden de Calatrava (¡Viva Jovellanos que lo patrocinó!) por la izquierda y no por la derecha de la puerta, siendo así que la entrada está en el centro matemático de la estancia.

Una bolita barroca, exagerada, es lo que centra estos días la Plaza Mayor, una bola en realidad llena de un vacío rosáceo o rojizo, caída del árbol del salón de estar de cualquiera de nuestras casas y rodando , rodando ha tropezado con el envoltorio de un juguete hasta detenerse provisionalmente, pues pronto llegará un ama de casa hacendosa, o un puntilloso del orden, y la retirará de allí, restaurando el ordenado desorden del tiempo ordinario, o sea, que se acabarán las vacaciones de Navidad y volverán las fiestas de los jueves-noche, viernes-noche y sábado-noche, que no del domingo-noche, que no es plan de entrar en el lunes con dolor de cabeza.

¿He dicho vacaciones de Navidad? Debe ser algún atavismo lingüístico de carroza educado en el franquismo. Vamos que me pongo en plan chino y, viendo la decoración e iluminación de nuestras calles y plazas, diría que estamos celebrando el solsticio de invierno y que, para este viaje, no hacían falta alforjas. Si yo fuera chino, al ver los carteles de "felices fiestas" y escuchar la traducción preguntaría: ¿qué fiestas se celebran?. Después de mucho preguntar, alguien le diría que son las fiestas de la navidad, del nacimiento de un niño-dios, que ya había sido anunciado por los astros y por los profetas y profetisas, y que era un dios que se había hecho carne y que, tradicionalmente, cuando se celebraba su nacimiento, se interrumpían las guerras por unos días, porque ese niño era el príncipe de la paz.

Si yo fuera chino y solo tuviera un par de días para visitar Salamanca, pensaría que estos españoles son tontos, con la potencia imaginativa y de marketing que tiene esa leyenda del niño-dios, a quién se le ocurre no aprovecharla para vender nuestra cultura, nuestra industria, nuestro arte a lo largo y ancho del mundo. O que tal vez, los salmantinos son un poco raros, porque guardan sus símbolos dentro de edificios magníficos, pero les da vergüenza sacarlos a la calle. No habrían comprendido cómo somos, lo respetuosos que nos hemos vuelto para no molestar a ninguna minoría y lo acogedores que somos, aunque no mostremos hacia el exterior nada o casi nada de lo que somos, o mostremos con lucecitas la nada en que nos hemos vuelto, el vacío que había dentro de nosotros.

Una de las mejores formas de conocer a un pueblo es ver cómo entierran a sus muertos ?o enterraron, que ahora se incineran, que si no somos nada, humo somos y si hemos de resucitar, por más que nos quemen, lo haremos-. Un chino visitando un cementerio nuevo, el de Tejares por ejemplo, no vería ningún signo oficial de nuestra religión o religiones y pensaría, prácticos como son y confucianos como siguen siendo, que estamos locos por poner "Cementerio Virgen de la Salud". ¿El Cementerio proporciona salud? ¿Se ha muerto la Virgen de la Salud?

Pero estamos en navidad. ¡Vivan la alegría y las luces!

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