OPINIóN
Actualizado 27/12/2015
Quintín García

XIV
¿Qué arcano bebedizo te inunda
y enajena, Teresa, cuando dices:
«Causa dolor tan grande
que hace quejar,
y tan sabroso que nunca querría
le faltase»?
La sola Voz
de Aquél que te arrastra
hasta hollar las últimas escalas
que unen tierra y cielo, ceguera
y claridad, amanecer
y noche. Para luego estallar
en aquietada dulcedumbre
y arrebato en carro de fuego
al mismo tiempo
?¡que no se marchite
su fi gura!?
¿Qué hechizo
lancea tu corazón y lo reviste
de zarzas incendiadas y Carmelos?
La sola presencia de Aquél
que se hace manos de tiza
como las de los payasos en el circo
para pintar de alborozos
la oscura tarde fría; que se hace
ojos en llanto por el amargor
de los paisajes ?Chechenia;
un 11 de septiembre: Torres Gemelas;
Madrid: un 11 de marzo (temprano
levantó la muerte el vuelo); Iraq, Gaza,
Jerusalén, todos los días,
todos los días...?.

Que se hace
vinos de boda, pies
de antílope para las largas
andaduras, besos, palabras
de áloe y sándalo en la herida,
mágico sortilegio de demiurgo
para edifi car paraísos de luz
a través de la carne.
Sí,
la misma carne
que alimenta las hogueras
para el sacrificio o se quiebra
en mil pedazos de cristal
de Bohemia: tu carne,
Teresa, mi carne, su carne.
La carne toda, heredada
de la estirpe: eros y tánatos
grabados en la misma cara,
única,
que nos ha sido dada.

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