OPINIóN
Actualizado 25/12/2015
Luis Miguel Santos Unamuno

   Que estemos en semana post electoral y haya mucho que opinar al respecto de los resultados de las elecciones del domingo pasado es una coartada fabulosa para no tener que hablar de la Navidad. Porque ¿que podría haber dicho de la Navidad que no sonara manido y que no irritara a alguien: o a los que la consideran entrañable o los que la consideran insoportable?. Se diría que ha perdido su sentido en un mundo (en un país, perdón, no apuntemos tan alto) cada vez más alejado de prácticas religiosas. Porque seguramente se inició como una celebración de origen pagano que hemos reciclado en nuestras civilizaciones como fiesta cristiana. Seguramente serían unos días que señalarían el inicio del frío invierno para el que habría que prepararse como la hormiga laboriosa que ha acumulado viandas durante todo el verano y ahora sabe que estará encerrada tres o cuatro meses hasta las luces primaverales de mediados de marzo. Vestigios de tiempos agrícolas. O quizá es nuestra perspectiva la que ha cambiado y el mundo tan sólo refleja esa perspectiva. Quiero decir que al ir creciendo cambia tu vivencia de estos días y como adulto ves de otra manera lo que en realidad sigue igual. De niño vivías extasiado con las luces y el barullo, no tenías que ir al cole, aparecían unos abuelos a los que no veías demasiado, te permitían golosinas y todo terminaba con la traca final de la noche de Reyes con una emoción que nunca vuelves a recuperar. De joven disfrutabas de las primeras veladas hasta altas horas con los mayores y unos años después de la primera Nochevieja con amigos fuera de casa. De adulto has pasado de hijo a padre y si bien sigues necesitando que la familia se sostenga gracias a estos reencuentros te ha tocado comprar y poner a ti el espumillón, los langostinos tienen un sabor conocido y las luces ya no brillan tanto. En realidad ahí fuera todo eso sigue igual pero ya no somos niños y sólo vemos la moralina acaramelada de la felicidad forzada.

   ¡Anda!, si yo no iba a hablar de la Navidad sino de los resultados electorales. Parezco un político dando gato por liebre. En fin, reconozcamos al menos que ficticia o no, hipócrita o no, la fraternidad que nos mueve a desear cosas buenas a los demás en estas fechas es preferible a mirar con el colmillo retorcido a esos otros que nos ofrecen el infierno. Enseguida caigo en que la ilusión durará poco porque dentro de nada casi todos tendremos las juntas de vecinos. Miedo me da.

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