OPINIóN
Actualizado 22/12/2015
Francisco Delgado

El sábado pasado, día de reflexión, paseando por las orillas del río, ya atardecido, pude contemplar cientos de aves (posiblemente chovas)  planeando cerca ya de los árboles en los que pasarían la noche. Lo curioso de esta visión fue el silencio con que volaban estas aves. Sé demasiado poco de aves para entender por qué ese día la algarabía típica de sus graznidos se había convertido en silencio. Pero algún objetivo concreto que querían alcanzar, necesitaba ese silencio.

Más tarde di un paseo por esta ciudad y el silencio que en tiempos pasados acompañaba a la "jornada de reflexión" había desaparecido completamente: las calles vibraban, como siempre, de los pitidos de coches, de los altavoces de jóvenes conductores fóbicos a la ausencia de ruido, de grupos que, al hablar, se gritan unos a otros como si fueran sordos o casi sordos. Una parte de la población que, al día siguiente, día de elecciones generales, depositarían una opción en la urna sin saber unos minutos antes cuál sería la elegida. Sin reflexión.

Por la noche, en casa, excluyendo todos los insulsos o caóticos programas televisivos, vi una preciosa película de Jean Jacques Annaud "El último lobo": cuenta la historia de los últimos lobos de las estepas mongólicas, exterminados por la estupidez de las autoridades maoístas, que no entendían nada del frágil y milenario equilibrio de la naturaleza, entre plantas y animales. Lo sorprendente del asunto fue que me encontré como espectador poniéndome del lado de los lobos, desde el principio hasta el final; juzgándoles más "racionales" y más "buenos" que los humanos, que seguían el principio de los más crueles depredadores: destruir todo aquello que les pueda perjudicar.

Para terminar de completar este estallido de amor a los animales y temor a los humanos, me referiré a la compleja ópera "La condenación de Fausto", compuesta por H. Berlioz, e interpretada por la Ópera de París, que hemos tenido ocasión de ver en los Van Dick la semana pasada. El escenario muestra a lo largo de la obra al menos una triple dimensión, en torno a la idea que desarrolla la música y el texto; una de las dimensiones era, frecuentemente, imágenes de la conducta  animal sin libertad ( hormigas o ratas enjauladas que se movían paralelamente al ballet que acompaña todo el escenario). La visión de estos animales clarificaba las dudas y conductas humanas, siempre al borde del caos o la locura. "La filosofía ha muerto, sin darnos ninguna respuesta a las grandes preguntas", se proclamaba al comienzo de la ópera. La ciencia, la razón, nos lleva a explorar la vida en Marte ( pues lo que ocurre en nuestro planeta escapa a toda razón), entiendo que dice el Fausto y el Mefistófeles actual, según el director francés.

No se trata solo de ACTOS: se trata también de REFLEXIONAR sobre ellos. ¿Por qué, para qué los españoles hemos votado el domingo dando lugar a estos resultados? Reflexionemos, aunque sea "a posteriori".

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