OPINIóN
Actualizado 22/12/2015
Fernando Robustillo

En estos días en los que por tradición y hasta por genes, que al parecer estudios recientes afirman que la Navidad ya ha entrado en nuestra cadena genética, en lugar de hablar de lo que deberíamos, es decir, del Portal de Belén, nos ha tocado hablar del "

En principio, por ser un clásico de todos los partidos, una vez celebradas las elecciones, todos han ganado, y si todos han ganado, también súmese el pueblo para decir que eso es lo que hemos decidido y nuestra decisión es inapelable. Pero ¡ojo!, esto no tiene por qué servir para realizar componendas descabaladas ni para que se oigan frases de casino como "hagan juego, señores". Esto es más serio de lo que parece.

Y tampoco nos engañemos, que aunque los partidos brinden por el buen resultado obtenido, todos sabemos que para unos ha significado un tsunami devastador que les ha dejado temblando y para otros ha supuesto un bache, aunque hayan salvado los muebles y siga en pie el edificio, y sí, algunos han ganado de verdad, que son los recién llegados, que pasan a llenar un zurrón que estaba absolutamente vacío, una borrachera de votos que esperemos sepan asimilar para pasar con éxito la prueba de alcoholemia.

Serenidad ante todo. Y, por supuesto, paremos y celebremos la Navidad. No vaya a ser que los pobres niños, que estaban expectantes para estar estas fiestas con papá y mamá, se encuentren unos papás distraídos haciendo cábalas de sumas y restas, diputado arriba o abajo, imaginando pactos mientras ellos acuden al abuelo Google para que les dé instrucciones de cómo manejar ese AVE que sus papis han pedido a los poderes mágicos con el único deseo de que los dejen en paz. Eso es injusto. Hay que vivir la realidad. Padres: esos niños son lo más grande que tenéis y si hemos de realizar un escalafón de invitados a la Navidad los niños no deben bajar del primer lugar.

No señor/señora, no cometan el error después de esa tabarra a la que hemos estado sometidos por los políticos durante todo el año, ya sea en las elecciones municipales, autonómicas, europeas, catalanas o primarias, que también tomen asiento en nuestra mesa de Navidad. No caigamos en la trampa. Tiremos petardos, pongámonos el gorro, encendamos el abeto, coloquemos las campanitas, las velas, que no falte el muérdago, levantemos al reno una y otra vez, y, por supuesto, no dejemos de hacer visitas al Niño Dios, todo, absolutamente todo lo que de niño y de siempre hicimos en estas Fiestas.

Y, sobre todo, amor, mucho amor. Que no sea una noche para armar el belén. Y si esta mañana del 22 no nos tocó la lotería, el disgusto no nos puede durar todas las Navidades, la culpa la tenemos nosotros que elegimos mal y no dimos con el número indicado. Nada debe empañar la alegría.

¡Ah!, y no nos dé vergüenza cantar aquellos achacosos villancicos de los calzones roídos de San José, de los peces en el río, la marimorena, el tamborilero, campana sobre campana, blanca Navidad, etc., esos u otros más frikis, da igual, que si el vecino nos pone mala cara al día siguiente, no será por otra cosa que por no haberle invitado. Pregúnteselo, y si es así, invítele el año próximo.

Por último, un consejo: Consuman, pero ¡cuidado con las tarjetas!... Y no hablo precisamente de christmas, ¿eh? Feliz Navidad, amigos.

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