Veo los primeros resultados en el bar de Emilio, donde reina un silencio desconcertante. Nadie reconoce haberse decantado por el PP, pero no me salen las cuentas: supera el 25% de los votos, batacazo impresionante, pero le permite soñar con gobernar.
Emilio se arrepiente ahora de haber votado a Ciudadanos. Los suyos, los de toda la vida, puede que no alcancen la Moncloa porque su electorado más fiel les ha castigado.
Jorge y Nekane no hablan, miran a la pantalla y se alegran o entristecen cada vez que hay una alteración en el cómputo de los conservadores: que si 118 escaños, que si ahora pasa a 124.
Yo pido un café solo. Después de varios pinchos es lo que me pide el cuerpo. Me apetece el café y me apetece que me trague la tierra. O mejor, que les trague a ellos, que bastante tierra hemos tragado los de abajo, los que volveremos a pagar las políticas de Rajoy y Merkel, los que veremos cómo desaparecen más ayudas a los parados, cómo la educación pública cede terreno a favor de la privada? En fin, cómo en la política española no cambia nada.
Por lo demás, se abre un período nuevo y desconcertante que contrasta con ese inmovilismo rancio que nos amenaza. Al final, de verdad, pienso que no ha cambiado nada.
¡Nada!, ni siquiera mi voluntad de seguir luchando.