Hay una sensación extraña en el bar de Emilio. Unos vienen de votar, otros irán a hacerlo tras tomar el vino de rigor. Algunos no acudirán a las urnas haciendo de su abstención una opción más en esta jornada loca tras cuatro años de recortes, rescate y corrupción.
Quizás sea Emilio el que peor lo esté pasando. Acostumbrado a votar a los de siempre, se enfrenta a la duda de si traicionar su pasado y dar el voto a una de las coaliciones emergentes.
Jorge le tranquiliza:
Emilio se queda más tranquilo. A mí me crece la desazón, no porque pueda seguir gobernando una derecha que me desagrada (eso lo doy por hecho), sino porque quienes van de renovadores demuestran ser más de lo mismo, expertos en el arte del donde dije digo, digo Diego. Ya lo suponía, ya, pero desilusiona de igual manera.
Vuelvo a casa habiendo tomado un solo vino, uno de esos malejos que sirve Emilio, pero que tienen el buqué de la buena conversación y del debate sano. Esta mañana no hubo tal debate, creo que andábamos todos ensimismados, recomiéndonos las entrañas al sospechar lo que se nos avecina.
Al abrir la puerta, miré a la calle. Algunos vecinos paseaban alegremente. Se me antojó una sociedad acomodada que ante la adversidad sólo sabe decir Beeeeeeeee.