Afortunadamente se ha acabado la campaña electoral, una de las más broncas de la democracia, porque, sobre todo, los sucesos de esta última semana han batido todos los registros. Me parece intolerable que un candidato resulte agredido, sea Rajoy o perico el de los palotes. Podemos estar de acuerdo o no con su discurso, criticarlo o defenderlo. Yo le criticaré más que nadie, pero de ahí a que alguien aproveche un mitin para arrearle un "guantazo", que se pareció más a un gancho de Mike Tyson que a la bofetada de Glenn Ford a Rita Hayworth en la película "Gilda", hay unas líneas rojas que se deben respetar. Como también me perece intolerable que la cabeza de lista por el PP de Segovia haya culpado a Pedro Sánchez y al PSOE del guantazo al presidente del gobierno. Y, desde luego, es sorprendente que el agresor (un chico de 17 años, quizá con sus facultades mentales un tanto deterioradas) sea pariente de la esposa de Rajoy, además de pertenecer a una familia muy unida al PP en la provincia de Pontevedra.
Pero no se queda ahí la campaña. El cara a cara entre Sánchez y Rajoy dejó claro que el tono ácido del primero diciéndole al segundo que "usted no es una persona decente" por la corrupción política que ha aflorado en el PP, no es un estilo elegante de debatir políticamente. Pero es que la respuesta de Rajoy tampoco fue un ejemplo de lindezas, al calificar a Sánchez de "ruin y miserable". Y las redes sociales echan humo recordando que también Rajoy le espetó a Zapatero en su día que había traicionado a los muertos de ETA, en un debate parlamentario sobre terrorismo.
Los políticos tienen que aguantar el tipo y afrontar las críticas con espíritu deportivo. Ante la adversidad hay que tener el aplomo suficiente para encajar los golpes. Tanto Rajoy como Sánchez han perdido los nervios en esta campaña electoral, quizá porque las cosas no les van todo lo bien que esperaban ya que no parece probable que el día 20 les otorgue a sus formaciones políticas los resultados electorales que esperaban. Del PP no es de extrañar después de la gestión que han realizado durante estos cuatro años, pero quizá la del PSOE sea peor, porque, a pesar de la gestión del gobierno, no han sido capaces de recoger el voto del desencanto, algo que sí han hecho las fuerzas políticas emergentes como Ciudadanos y Podemos.
Incluso en algunas entrevistas de medios de comunicación, los candidatos no se han puesto sus guantes de seda cuando han utilizado los puños de hierro. El ejemplo lo tenemos cuando Pepa Bueno (de la cadena Ser) interrogaba a Rajoy sobre el mantenimiento en las listas electorales del diputado y candidato Gómez de la Serna por el presunto cobro de comisiones de empresas españolas a las que asesoró para adquirir contratos públicos en el extranjero, puesto que otro ex diputado en las mismas condiciones de ese cobro de comisiones, Gustavo de Arístegui, ha dimitido de su actual cargo de embajador en la India. Rajoy no estuvo acertado cuando respondió diciendo "hablamos de lo que queremos hacer en España y si no, usted misma?", con evidente gesto de enfado.
Esperemos que los resultados del domingo nos dejen un lunes de esperanza y que las distintas fuerzas políticas olviden sus enfrentamientos de campaña y se pongan decididamente a trabajar por España y por los españoles. Quizá sea lo más positivo que tenga la confrontación electoral de este domingo, porque cuando los partidos políticos son realmente democráticos y sus líderes saben aceptar victorias y derrotas sin descalificar a sus adversarios (nunca enemigos), la construcción del futuro es más alentadora para sus ciudadanos. Quizá las utopías de hoy sean realidades mañana, nunca se sabe. Lo que los líderes políticos ven hoy como compartimentos estancos y dificultades insalvables sean el lunes senderos más fáciles de recorrer. Esa es una de las grandezas del sistema democrático. Para llegar a acuerdos hay que negociar; y sólo es posible hacerlo con diálogo constructivo y cediendo de las rígidas posiciones iniciales de cada una de las partes.
Y creo que esto es lo que necesita España, que no haya mayorías absolutas. Sólo cuando no las ha habido (legislaturas de 1977-1979, 1979-1982, 1993-1996, 1996-2000, 2004-2008 y 2008-2011) es cuando el diálogo ha fructificado; en las restantes, la imposición ha sustituido a la negociación. También en ese caldo de cultivo de mayorías absolutas es cuando más ha aflorado la corrupción política.