OPINIóN
Actualizado 18/12/2015
Juan Robles

Estos días están enmarcados en medio de tres acontecimientos de diferente signo y, sin embargo, conectados entre si: El atentado islamista o talibán contra la embajada de España en Kabul (Afganistán) con el resultado de muerte de dos policías españoles; la apertura de la puerta santa de la misericordia por nuestro obispo D. Carlos en la catedral de Salamanca, y las elecciones generales que nos disponemos a celebrar el próximo domingo.

La vida es la base de todos los derechos y libertades. Por eso, si no se respeta la vida propia (suicidio, eutanasia?) y la de los demás (asesinatos, atentados de todo tipo), no es posible gozar de la libertad propia ni de las libertades sociales. Por eso, ante el horrible atentado de Kabul, todos los demócratas tenemos que sentirnos afectados y obligados a defender la vida de todos, aunque para ello haya que arriesgar, y a veces perder, la vida propia. El atentado de Kabul nos ha irritado a todos, nos ha hecho pensar qué es lo que nos estamos jugando y cómo podemos defender las vidas y derechos de todos, según profesamos en el mundo occidental y en los países siquiera medianamente democráticos.

Una lección positiva, al menos, hemos sacado del triste acontecimiento: nos hemos sentido y manifestado todos contrarios al atentado y hemos sido capaces, en medio de los rifirrafes de la campaña electoral, de encontrarnos todos los partidos y estamentos sociales en la gran celebración común del entierro de los dos policías nacionales y en la condena de los incalificables actos. Aún nos quedan esperanzas de encontrar las bases de la necesaria convivencia.

La misericordia, la comprensión, la acogida, el diálogo y el perdón son el estímulo que nos viene a traer el Jubileo de la Misericordia, a que nos ha convocado el Papa Francisco, y que inaugurábamos el pasado domingo en la catedral de Salamanca con enorme afluencia de cristianos salmantinos, que esperan signos prácticos de convivencia y fraternidad que mejoren un poco los abundantes desaguisados a que nos llevan nuestras tendencias desorientadas y contrarias al deseo de felicidad propio de la naturaleza humana.

Las votaciones generales que vamos a realizar forman parte de los actos y de las actitudes con los que día a día vamos construyendo nuestra conquista democrática. La campaña, las votaciones y los previsiblemente necesarios acuerdos que nos veremos obligados a poner en marcha en los días posteriores a las elecciones mismas  será laudable que se enmarquen en unas buenas relaciones democráticas de derecho y de respeto y, si hace falta, incluso de perdón, de comprensión y de misericordia, es decir de acogida, de fraternidad y de básica convivencia. No hemos visto los mejores ejemplos en el debate a dos de Mariano Rajoy y de Pedro Sánchez. Y menos todavía en el reciente acto violento perpetrado contra el presidente del gobierno cuando realizaba un pacífico acto de propaganda entre sus paisanos de Pontevedra, mientras gozaba de su general acogida, apoyo y respeto.

Mucho camino nos queda todavía por andar. Suponemos que la necesidad de pactar y dialogar en los próximos días nos irán disciplinando y enseñando a recorrer los necesarios caminos de acogida, incluso para los abundantes refugiados que nos reclaman, pero también para la convivencia cívica y fraterna entre los diversos partidos políticos, sindicatos, y medios de producción de mayores, pequeñas y medianas empresas, para salir adelante con el desafío de la crisis económica y de la necesidad de compartir y abrir nuestros bienes a los más pobres y necesitados. Hasta ahí llegan las exigencias y las posibilidades que nos ofrece el iniciado Año de la misericordia.

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