Los que ya peinamos canas nos hemos topado, no pocas veces en nuestras vidas, con personas con una elegancia innata. Existe para algunos un arte llamado "el de no molestar", que se caracteriza por una elegancia entre ética y estética. No se suele aprender en ningún sitio. Contar tu vida a una persona cuando nadie te lo pide, suele ser un indicio de falta de elegancia. El que incurre en ello suele, probablemente, molestar a la víctima que por educación se resigna a escuchar. También los hay que inflinjen a sus amigos el placer de escuchar su último poema, o su última hazaña en cualquier apartado de su vida.
Gracias amigo no nos interesa. Horacio no recitaba sus versos "a cualquiera, sino a sus amigos y cuando se lo rogaban". Algunos y como se dice ahora, algunas, no tienen ningún reparo en hacerlo incluso en la tele.
Molestar ahí desde luego muchos que molestan desde que han nacido. Algunos pensamos porque nadie los ha puesto en su sitio, o como diríamos en Castilla, del revés. Ejemplos son el vecino que pone la radio a todo volumen, sabiendo que tienes que estudiar o trabajas de noche; el individuo o la individua que se trata de colar en el supermercado. El que no para de hablar en el teléfono móvil cuando viajas en tren. El lenguaje barriobajero que tenemos que aguantar en algunas tertulias televisivas, que es ejemplo para muchos que se encuentran en el mismo coeficiente mental. El que se ríe cuando no corresponde hacerlo, también está el que no se ríe cuando toca. La gente que no atiende cuando se le habla. Los ejemplos son innumerables.
Tenemos una sociedad que no sabe proponer nuevas utopías que ayuden a crear un futuro de todos. Hay que encontrarle un sentido al mundo para que mejoren las cosas cotidianas, las de todos. Es preciso enriquecerse de fantasía, alimentar el mundo de las ideas y de las aspiraciones, soñar con los ojos abiertos, y amarnos los unos a los otros para ser conscientes de los que nos rodea, para reconocer los errores ante los demás, para no tener miedo.
Para no molestar es preciso encontrar gratificaciones en la vida diaria que compensen el grado de frustración o sensación de malestar. La frustración conduce a molestar que es lo mismo que a la propia destrucción. Admiremos a las personas modelo que tienen una trayectoria de vida, que no molestan y que aportan. El modelo enseña a vivir, el molesto a morir. El modelo se articula en el tiempo y muestra una trayectoria coherente, valor y respeto, desarrollo y madurez de la que se toma ejemplo, se aprende. El molesto se consume en un instante.
Jung, el discípulo de Freud, comparaba a la mente humana con un edificio de 20 pisos, en el cual la razón sólo ocupaba los dos últimos. Quizás sólo se refería a Occidente, en muchos sitios esos pisos parecen vacíos, a juzgar por lo que vemos todos los días en no importa que parte del mundo. Llevar algo de sentido común a tanta altura parece imposible. Pero quedémonos con el pensamiento de que las personas modélicas, que no molestan ni agreden, que te conducen a una realidad que fascina como es la de ayudar a los demás.