Unos buenos amigos me dicen que diga que tienen de vecinos una joven parejita con perro. Y me dicen que diga que un perrito maleducado como niño molesta mucho. Y yo que lo he comprobado bastantes veces.
El perrito en cuestión es pequeño (apenas tres palmos mide), pero en esa casa ocupa un lugar preferencial y se le consienten múltiples cosas cual niño mal mimado. Ladra, ladra mucho y sonoramente (me consta) a pesar de su escasa talla cuando los vecinos se marchan. El pobre se debe agotar ladrando hasta que revienta de cansancio y se calla. Eso lo suele hacer por la mañana temprano, por la noche (si está solo) y a mediodía.
Desde pequeñito trataban de educarlo como viene en los manuales de buenas prácticas perrunas. Chuky, no, eso no. Se oía. Chuky, baja. No, deja eso. No. Vete, vete de ahí. Y alguna riña más y corribandas tras él por casa. Y cuando vuelven al hogar todo es, hola mi amor, mi niñito, mi Chuky bonito. Esas cosas zalameras que se dicen a los perros que se tratan como a niños. Pero claro, cuando Chuky ladra sus jefes no están y no le oyen.
Yo creo que es perder algo el oremus cuando una parejita estable y joven tiene un perro en vez de un niño. Y sobre todo cuando al perro se le trata como niño. Hay algo que indica que esta sociedad será muy refinada pero puede andar equivocada. Un perro es un animal que no debe ser tratado como un ser humano pequeño, porque sencillamente no lo es. Y tampoco un animal debe ser para tenerlo encerrado cada día en sesenta metros cuadrados con calefacción. Es verdad que se trata de animal domesticado, pero habría que preguntarse qué grado de su libertad perruna y de su instinto original se han castrado (amén de castrarlo también en su función reproductora) cuando se le lleva a vivir a una jaula dorada con parquet de sesenta metros cuadrados.
Imagen: Jon Barret