OPINIóN
Actualizado 15/12/2015
Redactor: Marcelino García

Los refugiados no son números, no son cosas provisionalmente situadas fuera de su sitio, desubicadas, sino que son seres humanos sufriendo una realidad brutal provocada por otros seres humanos. Por eso es una catástrofe humanitaria.

Autor: Guillermo Castán Lanaspa.

El hombre moderno está abrumado por un profundo sentimiento de impotencia que le hace mirar fijamente y como paralizado las catástrofes que se avecinan. (E. Fromm).

El Consejo de Ministros celebrado el 6 de noviembre de 2015 aprobó, en un gesto que celebraron como generoso, que España acogiera a 850 refugiados este año, previa experiencia piloto con ¡19! (al final han venido 12) procedentes de Italia y no de los barrizales de la Europa central o de las aguas procelosas del Mediterráneo Oriental, donde miles de ellos encuentran una muerte dramática. Centenares de miles, en condiciones miserables, quedan atrapados entre el barro y las concertinas que levantamos en nuestras fronteras. No sea que se cuelen y pongan en peligro las esencias de nuestra civilización y, quién sabe, hasta de nuestra religión, al decir de algunos pastores abrumados por la responsabilidad de proteger a su rebaño en estos días de prueba. Son una marabunta y aquí no cabemos todos, dicen cabalmente nuestros prohombres arguyendo unas cifras astronómicas de demandantes de asilo, tantos que suponen la friolera del 0,5% de la población europea.

   Y todo esto nos lo dicen sin ponerse colorados porque juegan con los miedos y la ignorancia que ellos mismos siembran entre nosotros una y otra vez. Sus palabras ocultan la realidad, pero tienen eco. Pues, como aseguraba Fromm, muchos adultos, al llegar a la "madurez", pierden la capacidad de discriminar entre una persona decente y un hombre ruin.

   Además, un amplio sector de nuestra cultura ejerce una sola función: la de confundir las cosas. Un tipo de cortina de humo que consiste en afirmar que los problemas son demasiado complejos para la comprensión del hombre común. Creen que no entendemos, que no vemos, que no pensamos.

   Pues no. Por ejemplo, pensamos que al oprobio de la imagen de dirigentes europeos, de rostros abotagados (por los yantares) y satisfechos (por sus buenas acciones), despidiendo en Grecia a un autobús de refugiados, camino de nuestro paraíso, mientras miles se ahogan en las aguas griegas y turcas (hasta Tsipras se dejó ver besando a estupefactos niños sirios), se añade la racionalidad tecnocrática y deshumanizada de nuestros gobernantes, pues solo así se explica oírles decir, con la convicción de quien cree estar haciendo lo que se debe, que el ministerio de trabajo estudia los perfiles y características de los 12 para mejor integrarlos, que luego se evaluará y se irá viendo? Tarea ímproba para la que se requiere mucho tiempo y empeño, pues hay que hacer las cosas bien, por responsabilidad institucional. Gobernar no es hacer cualquier cosa, ya se sabe.

En fin, tienen mucho interés en que nada se resuelva. En que todo se olvide. Al fin y al cabo llega la Navidad y sería de mal gusto recordarnos ahora la tragedia que a nuestro mismísimo lado se está desarrollando.

   Tranquilos!!, nos dicen, todo está bajo el control de quien sabe lo que hay que hacer; por el bien de todos, claro. La dimensión burocrática parece sepultar la realidad de que los refugiados no son números, no son cosas provisionalmente situadas fuera de su sitio, desubicadas, sino que son seres humanos sufriendo una realidad brutal provocada por otros seres humanos. Por eso es una catástrofe humanitaria que no tiene parangón en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.

   La racionalidad instrumental de este sufrimiento extremo la encarna una multitud de burócratas que, atornillados a sus sillones en todas las esquinas de la UE, velan por el buen funcionamiento de nuestra sociedad, que se quiere ajena a sobresaltos y alteraciones provocadas por "los otros". A pesar de que "los otros" son el instrumento de que nos valemos para alimentar nuestra civilización a su costa. Casi todos los altos cargos de Europa son, pues, perfectos burócratas, eficaces y concienzudos, que desempeñan su labor movidos por el cumplimiento del deber. Ajenos a los fines y a los resultados, solo atentos al proceso, a la parte del proceso que se les ha encomendado. Por eso no "ven" la realidad en su real dimensión.

  Lo que estamos viviendo en Hungría, Croacia, Grecia, Melilla?pone de relieve la burocratización, el anonimato, el espíritu de sumisión y de disciplina, y en algunos casos, pásmense, hasta una cierta ética de la responsabilidad, una especie de honrilla de creer que uno hace lo que hay que hacer. Así se explica la actuación de algunos policías europeos, no solo en Hungría, frente a esa masa de desdichados y desheredados a quienes apalean y gasean con el entusiasmo del que cree estar defendiendo un bien superior puesto en peligro por "los otros", que se han presentado aquí sin que nadie los llamara.

 

 

 

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