OPINIóN
Actualizado 13/12/2015
Victorino García Calderón

Que el paisaje hace al hombre y viceversa no hay duda. Desde que el ser humano se hizo sedentario se ha afincado en los lugares más frondosos buscando el elemento más imprescindible: el agua. Su manipulación para el aprovechamiento, los cultivos con sus m

  Cuando viajo, tengo los ojos muy abiertos y muy acostumbrados a la belleza y me gusta interpretar lo que veo que me llama la atención. He viajado varias veces al extranjero con los que fueron mis alumnos durante años y todos ellos me vieron hacer docenas de fotos al día con el fin de escoger después en casa tranquilamente las que resumían mejor esos momentos especiales que siempre hay en todo viaje. Hace unos años, cuando les acompañaba en un viaje de estudios por Turquía, fuimos a visitar la Capadocia, llegamos casi de noche y ya nos dimos cuenta de que estábamos en un lugar que se caracterizaba por un paisaje formado por depósitos inmensos de cenizas de múltiples colores debido a las erupciones de antiguos volcanes erosionadas por el río Rojo.

  Al amanecer teníamos contratado un tour por la zona, después de un pequeño recorrido, el guía paró el autocar en una atalaya abalconada para contemplar la localidad de Göreme. Cuando me asomé a la balconada que daba acceso al valle de Göreme me quedé estupefacto, no podía creer lo que estaba viendo, me di cuenta que se podían hacer tantas fotos que no sabía por donde empezar, quería abarcarlo  todo, me quedé parado con la cámara de fotos de la mano, impotente de reflejar tanta belleza en los pocos minutos de que disponíamos, en instantes sentí que debería estar horas y horas para asimilar con quietud el paisaje que se presentaba a mis ojos empañados de emoción, sencillamente no podía interponer un artefacto como la cámara de fotos, que es mi compañera desde hace 41 años, entre el paisaje y mis húmedos ojos. Un alumno, que se dio cuenta de lo que me sucedía, me inquirió desde cierta distancia:

  -¡Victorino!  ¡que no estás haciendo fotos! ¿te pasa algo?

  -¡No, no me pasa nada, es que no puedo meter el agua del mar en una concha! le contesté, y seguimos    contemplando aquella maravilla por unos minutos, al cabo de los cuales, hice unas fotos de recuerdo a sabiendas de que tendría que volver en otra ocasión y con mucha más quietud para poder hacer el "retrato" de lo que veía, es decir, poder captar el alma, uniendo inteligencia y emoción, de un paisaje único en el mundo por estar habitado: la Capadocia. Ese es quid de esta porción privilegiada de la tierra, que está habitado, que la gente lo ha transformado como si fuera un queso gruyère imprimiendo un carácter al paisaje y viceversa como no hay igual.

No he estado en el Gran Cañón del Colorado ni en otros grandes lugares del mundo, pero casi todos los que recuerdo de una belleza extraordinaria, el Sáhara, Machu Pichu, el río Tinto, los grandes glaciares, las altas montañas del nepal? casi todos, si exceptuamos los Arrozales en Yangshou (China) están deshabitados. Por el contrario la Capadocia está poblada de seres humanos que han respetado la sorprendente orografía y, además se han beneficiado de ella en una perfecta simbiosis que hace que el hombre sea el paisaje mismo y viceversa.

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