OPINIóN
Actualizado 12/12/2015
Eusebio Gómez

Estaríamos viviendo de un engaño, si creyéramos que la alegría y la felicidad pueden ser "compradas". Si así fuera, los ricos no tendrían por qué suicidarse o vivir problematizados. Es más, por mucho dinero que se gaste en publicitar cosas, prometiendo no se qué estados de felicidad incomparable si nos hacemos con ellas, todos sabemos que nos están mintiendo y que sólo se busca convencer al crédulo y potencial cliente para que gaste y compre; dicho de otro modo, para que consuma. Y así, hoy más que en épocas pasadas, somos no sólo depredadores, sino grandes y voraces consumidores. A tal extremo llegamos, que nuestra cultura actual será recordada con el devastador eslogan de "usar y tirar", en un despilfarro de recursos nunca visto y que está configurando una psicología marcada por los "hábitos" de consumo.

Hace más de un siglo William James aseguraba que toda nuestra vida es una masa de hábitos de comportamiento, y hoy mejor que ayer podemos ver hasta qué punto tenía razón. Educados y manejados mentalmente por la publicidad, las marcas, las ideologías y el dinero fácil, vemos con sorpresa y admiración que nuestra sociedad ha terminado uniendo en un maridaje infausto, el tener y poder con la felicidad. Para ser felices, los niños de hoy necesitan tener de todo (tantos juguetes que finalmente acabarán por no hacer caso de ninguno, pero ya habrán creado el hábito de pedir), los adolescentes y jóvenes tendrán que pasar por el "botellón" para desinhibirse y liberarse así de sus frustraciones, en la búsqueda de una alegría postiza y huidiza que termina en una frustración mayor (pero para entonces, ya algunos, muchos, habrán quedado enredados en la adicción al alcohol o la droga); los adultos, en un gran porcentaje, vivirán más para trabajar que para vivir, esclavos de hipotecas y préstamos. Todos, en fin hemos terminado por pertenecer en mayor o menor medida a esta nueva cultura, capaz de crear en nosotros cada vez mayores hábitos de consumo y de insatisfacción cuando éstos no pueden ser logrados.

Desde esta perspectiva, siento que el concepto de alegría y felicidad, es incluso negado por un gran número de personas insatisfechas, que previamente han creído que las encontrarían (la alegría y la felicidad) en la posesión de sus bienes. Siento sí, con sentimiento de pena, esta negación de la felicidad que poco a poco se va extendiendo como una mancha de petróleo en el azul verdoso del mar de la existencia. Semejante negación ensucia nuestra percepción de la realidad, esa que a veces no es evidente desde la simple mirada de los ojos, porque como decía Saint-Exupery": lo esencial solo se ve con el corazón".

Primero, hemos puesto el corazón en la posesión de los bienes y de las personas, y después, cuando nos hemos dado cuenta de que así tampoco éramos felices, hemos negado que la felicidad y su hija mayor la alegría, existan. Es algo casi irracional, de tan racional que es. No nos ayuda el hecho de haber vuelto la espalda a la enseñanza de la Historia y de las voces de quienes han señalado caminos y trazado rutas a lo largo y ancho de los siglos. Y todo, porque nos estamos ahogando en un exceso de información, centrada en el presente, que no nos deja espacio para otra cosa que no sea ella misma. Así encerrados en esta habitación sin luz en que se convierte el exceso de información, ya no somos capaces de escucha ni percibir otras voces y otros valores.

Es pues mentira, que la felicidad y la alegría puedan ser vendidas o compradas por alguien. Pero no por eso podemos sin más, negar su existencia.

Quiero acoger el mandato de san Pablo que se escucha en estos días en la liturgia: "Estad siempre alegres". Quien lo logra no sólo es feliz él, sino que hace felices a los demás.

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