OPINIóN
Actualizado 12/12/2015
Rafael Muñoz

La llamada Cumbre del Clima 2015, pronta a clausurarse en París con unos acuerdos que ya antes de su puesta en marcha parecen diluirse al igual que nuestros casquetes polares, junto a las instantáneas fotográficas de lo acontecido en una mal 'bautizada' (piensa uno) Nochevieja Universitaria, me han recordado una entrevista con el profesor y activista Jorge Riechmann, de la que extraigo las siguientes líneas que en su día me llevaron a escribir el artículo que tienen ante sus ojos:

Somos ecodependientes e interdependientes. No se puede organizar una economía viable sin tener en cuenta las amenazas ecológicas en las que ya estamos y que todavía van a agudizarse mucho más. Y eso no es algo optativo. Lo vamos a aprender por las buenas o por las malas. Estamos ya en tiempos de descenso energético.

Autoconstrucción, [?] educación en un sentido amplio, es una llamada a que no entendamos la educación sólo como el aprendizaje que se imparte en las escuelas, los institutos y luego en las universidades. Los contextos educativos son los contextos sociales generales [?]

Recuerdo ahora que, al comenzar el verano, presencié una escena que basculaba entre lo insólito y lo esperpéntico: en un contenedor de basuras orgánicas, que rebosaba de cajas de madera, recipientes de plástico y objetos de metal, se habían depositado alrededor por falta de espacio en el receptáculo, todo tipo de objetos y utensilios (un armarito, lo que fuera una pequeña estantería, un espejo roto?): estarán pensando que el hecho no resulta tan extraño y llevarán razón, porque me temo que todos nosotros hemos presenciando cosas parejas en diferentes ocasiones (sin comentarios).

Pero el calificarlo de inaudito, absurdo o increíble no es debido a lo desolador de la imagen, por otro lado bastante habitual en nuestras calles, sino porque a lo largo del día pasaron por allí dos o tres furgonetas (!?) junto a algunas personas a pie, que decidieron llevarse parte del "botín". Por cierto, los "responsables" de aquella improvisada almoneda, volvieron  en varias ocasiones para seguir "alimentando" aquel ocasional mercadillo (saquen sus propias conclusiones).

El traerlo ahora a colación se debe a que hace tan solo un par de días una persona que me sobrepasó mientras paseaba, me permitió observar que cargaba con una bolsa de basura en una mano, mientras que en la otra llevaba varios recipientes de material plástico. Al verla acercarse a un contenedor verde que estaba próximo, realicé mentalmente una predicción que?; efectivamente, ocurrió lo que están pensando.

Pero lo más sorprendente del caso es que en su recorrido, cien metros más allá del lugar donde "liberó" sus manos, se encontraba un pack de contenedores de todo tipo (residuos orgánicos e inorgánicos), pero el individuo de marras pasó de largo: claro, ya iba de vacío.

Ayer, como suelo hacer a diario, deposité mi bolsa de basura que cayó sobre una maleta; el día anterior mis detritus orgánicos quedaron encajados en un recipiente vacío de pintura; dos días antes me costó acceder al contenedor de plásticos porque circundándolo había todo tipo de restos; ¿consecuencia de que el recipiente estaba repleto?: cierto, y con los desechos que imaginan.

El pasado mes de enero escribí sobre este asunto reflejando otros ejemplos, y pergeñé una gavilla de reflexiones que comparto con ustedes:

El anecdotario podría ser amplio, decía entonces, pero el motivo de este artículo no es recoger una amplia y pesimista panorámica al respecto, sino intentar preguntarse por qué nuestro país, tan envidiable en tantas cosas, sigue contando con una nada desdeñable presencia de inmundicia en los espacios públicos como paradigma o enseña de otro tipo de "abandonos".

Es evidente que no es un problema exclusivamente nuestro, y que en parte tiene que ver con una falta educación y civismo, y acaso algunas cosas más, pero hay un ángulo de análisis que pocas veces nos planteamos y que se relaciona con la escasa o nula interiorización de lo público como algo nuestro.

Cuando se utiliza este término, solemos pensar fundamentalmente en la sanidad, la educación, la cultura?, y lo hacemos, como es lógico, desde las estructuras que lo organizan y lo mantienen, que se concretan, de forma más cercana en sus funcionarios. También ocurre lo mismo cuando intentamos establecer su perfil en una curiosa relación/oposición (digna de estudio) con lo privado, como ejes opuestos y antitéticos.

Pero, pocas veces, pensamos en lo privado, en lo particular y personal de cada individuo como parte sustancial de lo público o perteneciente o relativo a todos.

Si  alguna vez han frecuentado el Diccionario de la Real Academia para consultar estos vocablos, seguro que les resultará familiar la construcción de la frase precedente: contiene dos acepciones referidas a la definición de estas importantes voces.

Según lo expuesto, lo particular o privado está inmerso y pertenece a lo público, a lo de todos y cada uno de nosotros, y así debería ser. Entonces, ¿por qué este abandono, esta falta de interés por lo que es de cada uno, o lo que es lo mismo, de todos nosotros?

Al intentar desligar completamente la actividad pública de la privada en muchos órdenes de nuestra vida cotidiana que lo requerían, hemos terminado por aceptar que la primera es responsabilidad del funcionariado, y al igual que en todo lo referido a la actuación ciudadana, delegamos.

Y si me permiten volver al anecdotario que iniciaba este artículo, podríamos colegir que retirar y seleccionar los residuos sería asunto "exclusivo" del personal que cada mañana recoge nuestros detritus, y reciclar convenientemente la basura "sólo" es responsabilidad de los empleados encargados de la recogida de estos residuos.

Visto de este modo, el espacio público se convierte, siempre, en el asunto de los "otros", pareciendo que nada tiene que ver con ustedes ni conmigo: este es el mal que nos asola.

Si no fuera así, cómo se explica el desmantelamiento social al que estamos siendo conducidos, y al que asistimos, todo hay que decirlo, con una mirada perpleja que parece aceptar resignada una merma escalofriante en la falta de servicios sanitarios, educativos, sociales y culturales. ¿Esperamos acaso que sean los "otros", quienes se hagan cargo de solucionar está caída en picado? Relacionen, si es su gusto, cumbres y otros encuentros festivos (?), y establezcan, si lo entienden necesario, sus propias conclusiones.

Apunta Riechmann y con el cierro:

Denegar es un término que usan los psicólogos y psicoanalistas para referirse a ese fenómeno que no consiste sólo en ignorar algo sino en hacer un esfuerzo por no ver lo que tenemos delante de los ojos.

Fotografía: Victorino García Calderón

Rafael Muñoz

 

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