OPINIóN
Actualizado 12/12/2015
Julio Fernández

En la política española de las últimas décadas el mes de diciembre ha tenido un papel más que relevante. Parece como si las conjunciones astrales se pusieran de acuerdo para  hacer coincidir acontecimientos políticos de cierto calado en el último mes del año, y siempre durante los días previos a la Navidad. Desde el asesinato de Carrero Blanco (20-12-1973), pasando por la detención de Carrillo cuando estaba camuflado con una peluca (22-12-1976), hasta la aprobación por Referéndum de la Ley para la Reforma Política (15-12-1976) o de la Constitución Española (06-12-1978).

De las dos consultas por referéndum, es quizá la primera la que, con el paso de los años, más repercusión ha tenido para la recuperación del sistema democrático en España, aunque la fecha se recuerde menos que la de la Constitución del 78. En el primer referéndum se aprobaba por el pueblo la denominada "Octava Ley Fundamental del Reino", es decir, la "Ley para la Reforma Política", una nueva norma dentro del cuerpo jurídico de la dictadura franquista que pretendía reformar, actualizar, adaptar a los nuevos tiempos todo el marco jurídico político de los cuarenta años anteriores, pero (en principio) sin romper con el régimen anterior. La referida Ley fue apoyada el 18 de noviembre de 1976 por 435 de los 531 Procuradores de las Cortes y refrendada el 15 de diciembre por el 94,17 % de los que votaron en el referéndum (un 77 % del censo electoral)

El artífice de esta maniobra no fue otro que el joven Adolfo Suárez, designado presidente del gobierno por el rey 5 meses antes, cuando nadie lo vaticinaba ni siquiera como candidato de la terna que el Consejo del Reino proporcionó al Jefe del Estado.  En el palco de la final de la Copa del Rey de fútbol de 1976 (celebrada el 26 de junio) Juan Carlos I, impresionado por a personalidad del joven Zalba (presidente del Real Zaragoza, club que jugaba la final de esa edición, la primera de la Copa del Rey, contra el Atlético de Madrid) le comentó al entonces ministro Secretario General del Movimiento, Adolfo Suárez, lo siguiente: "oye Suárez, ¿verdad que sería bueno que en todo tuviéramos presidentes jóvenes?. Lo malo es que los viejos no quieren dejar el puesto" (narrado por el biógrafo de Suárez, Gregorio Morán, en su libro "ambición y destino", ed. debate, 2009). Unos días más tarde el Rey consiguió forzar la dimisión de Arias Navarro como presidente del gobierno ("lo malo es que los viejos no quieren dejar el puesto") y nombrar a Suárez ("¿verdad que sería bueno que en todo tuviéramos presidentes jóvenes?"). Jugada maestra de un monarca que -aunque designado por Franco y tal vez escarmentado por lo que le ocurrió a su abuelo Alfonso XIII, quién aceleró la decadencia de una anquilosada Monarquía y el resurgimiento de las ideas republicanas, al apoyar la dictadura de Primo de Rivera-, tenía claro que un Estado Moderno como España debía avanzar hacia el sistema democrático.

Recuerdo nítidamente cómo el insigne catedrático de Derecho Constitucional de nuestra universidad, Pedro de Vega, nos explicaba que Suárez fue un auténtico "mago" a la hora de plantear la vertebración de una transición política de la dictadura a la democracia, inédita y única en el mundo jurídico moderno porque supuso la antítesis de lo que jurídicamente debe ser una reforma. Es decir, Suárez consiguió engañar a los políticos de la época provenientes del franquismo (los "azules") para que apoyaran esa reforma política, cuando lo que pretendía no era reformar, sino derogar, con esa octava ley fundamental , las siete anteriores y dar paso a un proceso constituyente que aprobase, dos años más tarde, la Norma Fundamental de 1978 y que convirtió a España en un Estado Social y Democrático de Derecho.

Los políticos actuales deberían aprender de sus predecesores en el esfuerzo por el diálogo y el consenso y no la disputa en la que permanentemente están sumidos y que provoca que la ciudadanía sienta cada vez más hastío hacia sus representantes. El consenso para llegar a acuerdos se hace dialogando, con talante democrático y no imponiendo criterios. Eso es lo que le falta al espectro político español y el ejemplo negativo lo está dando el gobierno de Rajoy que, en el asunto de la más que necesaria reforma constitucional se niega rotundamente a aceptar las propuestas de las minorías. Esperemos que esta situación cambie y que ante un panorama previsible de ausencia de mayorías absolutas en la próxima legislatura se haga el esfuerzo (aunque sea por necesidad) de negociar y pactar.

Porque el diálogo es la base de la democracia y de la convivencia pacífica en una sociedad libre y pluralista. Ya lo decían los clásicos, hay que dialogar con todos, hay que dialogar con la historia y hasta con los muertos, para construir mejor el futuro y corregir errores del pasado. Petrarca, en sus "Cartas a los ilustres varones de la antigüedad" se comunicaba ficticiamente con Cicerón, Séneca, Tito Livio o Quintiliano. Quevedo, dialogando con los muertos escribió su famoso soneto, del que transcribo el primer cuarteto:

 

Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos,

y escucho con mis ojos a los muertos

 

 

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