OPINIóN
Actualizado 12/12/2015
Tomás González Blázquez

En la tarde de este domingo tercero del Adviento, domingo Gaudete, del "estad alegres", unos cuantos centenares de salmantinos procesionaremos desde la Clerecía hasta la Catedral para atravesar por vez primera la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia que ha convocado el Papa Francisco: "La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia" (de la bula de convocatoria). Oasis de corazones compasivos que resultan imprescindibles para transformar el mundo, convenientemente empapado con el agua de la caridad y la justicia.

 

En la Iglesia de Salamanca, el Año Santo de la Misericordia confluye felizmente con la Asamblea Diocesana, un tiempo largo de discernimiento en el que los católicos salmantinos nos estamos intentando esforzar por dialogar hacia dentro y hacia fuera, por proponer, pero sobre todo, por escuchar y hacerlo con alegría. Seguro que con acierto algunas veces y torpemente otras muchas. En todos los ámbitos sociales y civiles, personas e instituciones están invitadas a acudir a la mesa de diálogo que abre la Iglesia para ser escuchadas. En algunos casos, continuando una buena costumbre; en otros, estrenando formato y propuesta; en todos, con voluntad de seguir haciéndolo.

 

Evidenciar la misericordia de Dios pasa por escuchar, por mirar adentro, y por estar siempre al lado de todos. Los encuentros planteados en el tiempo de Asamblea deben contribuir también a nutrir los oasis e impedir que los sequen la autoprotección, el ombliguismo, el escepticismo o el conformismo, que nos tientan y nos vencen. Dios perdona por medio de la Iglesia y la Iglesia debe ser consciente de que pedir perdón la renueva y la vivifica. Sin miedo a reconocer errores y pecados. Y de la misma manera, sin temor a hacer saber que el Reino de Dios no es de este mundo pero ya crece aquí. Sin ocultar que es una realidad numéricamente significativa, mucho mayor que la suma de todos los partidos políticos y que otros movimientos sociales con mejor prensa. Sin avergonzarse del tesoro que se le ha confiado, una noticia (buenísima si se conoce), el Evangelio, para transformar el mundo. Alegres en la escucha y cooperadores de la Verdad.

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