Empezamos a contagiarnos del buenismo que sólo aparece estas fechas con la reposición de la película Qué bello es vivir. En estos días nos fijamos más en los que pasan frío, tienen hambre o no podrán celebrar una cena de Nochebuena en condiciones? y, de paso, mantenemos el espíritu del anuncio del Sorteo de la Lotería de Navidad, pero sólo para que nos toque un buen premio, mientras empezamos a lanzar buenos deseos de paz y felicidad a diestro y siniestro.
Pues todo esto tan idílico y de película navideña lo he vivido recientemente y por eso lo cuento. Claro que aún hay gente buena, honrada y ética, es decir, lo que la mayoría consideramos personas normales porque es como se debería ser. Y me quedo con eso.
Recientemente mi mujer recibió en Madrid una llamada de teléfono. Al otro lado alguien preguntaba por ella. Se había encontrado en Salamanca una bolsa en la que figuraba su nombre y su teléfono en una nota. La bolsa, de una joyería, contenía tres cajas con medallas de niño, alianzas y algunas pulseras, todo de oro?
La cara debió ser un poema, primero por la sorpresa y después porque para que alguien encuentre algo primero se tenía que haber perdido... La semana anterior, una hermana suya le había dado estas joyas de uso habitual para llevarlas a limpiar en un sitio de confianza en Salamanca.
Al recogerlas de la joyería otro familiar, entre recado y recado, la bolsa tuvo irse al suelo en la calle Azafranal y, aunque quien la llevaba ya se había dado cuenta de la pérdida y había recorrido el camino inverso y todos los lugares que visitó después, ni la bolsa aparecía, ni quería avisarnos por el disgusto de que lo perdido no era ni suyo ni de alguien cercano?
¡Con lo fácil que hubiera sido vender las joyas en una de las tiendas que florecieron con el boom económico; con lo bien que le hubiera venido a esta persona que las encontró ese dinero para las navidades y para su día a día..! Pues no, con serenidad al teléfono dijo que tenía la conciencia tranquila "por hacer lo que creía que había que hacer".
Casi que lo de menos tras el encuentro con Carlos, que así se llama este ángel navideño, y recuperar lo perdido, era comprobar que no faltaba nada. El gran gesto sin estar obligado a ello lo era todo.
Carlos es camarero y, por supuesto que en cuanto podamos, iremos a su bar a brindar con él, por él y por la Navidad, porque si hubiera más gente así, todos nos sentiríamos un poco mejor.
Gracias, Carlos, por este mensaje de Navidad? tan real.