Manuel, astrofísico de carrera, treinta años trabajando para distintas multinacionales, después de cuatro años en paro, dos de ellos cobrando la prestación por desempleo, había decidido embarcarse en una rocambolesca aventura.
Un amigo de desdichas le comentó la posibilidad de viajar a Colombia y traer desde allí un kilo de cocaína pura escondida en su cuerpo. ¿Cómo?, ya se lo dirían al llegar a Medellín.
Un viaje sencillo para una persona de estudios, viajada y cultivada como era él.
La sorpresa al llegar allí fue la propuesta de cómo ocultar la codiciada, blanca y polvorienta mercancía que iba a permitirle salir del odiado, oscuro y espeso pozo al que la sociedad del neo capitalismo le había llevado.
Fue una intervención rápida y poco dolorosa. Sus atributos algo más abultados de lo habitual podían bien pasar por una orquitis de poca importancia que al cabo de unos días mejoraría una vez llegado a España.
El principal problema era que la carga, para una parte del cuerpo poco acostumbrada a llevar un excesivo lastre, le provocaba una extraña sensación de hiper polinizador a la que no estaba acostumbrado.
Cuando aterrizaba en Barajas, a pesar de estar algo incómodo por aquel peso y una olvidada agitación sensitiva, se encontraba tranquilo, seguro de que nada había que temer, pues el nuevo método de esconder la droga era prácticamente infalible.
Pensaba en su vuelta a casa, con su amada y cómplice esposa, sus cariñosos y buenos hijos, acostumbrados a épocas mejores, pero, que pese a las dificultades, habían conseguido estar ya uno en tercero y otro en el último años de carrera.
Convencido estaba de que ellos estarían tan ansiosos por verle cómo él lo estaba e ilusionados de que su padre, por fin, fuese a reconducir su vida laboral con esa entrada de dinero proveniente de la exportación de telescopios a países emergentes de Sudamérica, tal y cómo él les había comentado.
Los policías no advirtieron nada anormal, ni en su aspecto, ni en su comportamiento. Todo iba perfecto. Sin embargo, contra todo pronóstico, aquel adiestrado can, sentado al lado de uno de los agentes se incorporó y comenzó a ladrar advirtiéndoles de que cerca de ellos alguien estaba intentando entrar alguna sustancia ilegal.
El pastor alemán se le acercó sin dejar de ladrar y olisquear sus partes íntimas. Los policías no daban crédito. Pasó a una fría y desangelada sala donde realizaron distintas radiografías de su anatomía, bien conservada pese a los años, pero, cansada por el largo viaje de 11 horas de vuelo en un incómodo asiento de clase turista.
Encontraron 500 grs. de cocaína en cada uno de sus testículos.
La operación fue nuevamente breve y prácticamente indolora. Su escroto desvencijado de tanto estirar y encoger, había quedado algo dado de sí, bien por el paso de los años, bien por el peso de la cocaína que había traído desde tan lejos.
La falta de antecedentes hizo que no ingresara en prisión.
Desde entonces sus problemas de disfunción desaparecieron, esas veladas nocturnas junto a su esposa que terminaban en una sesión de cariño y complicidad pero faltas de aquella pasión de los primeros años, se tornaron en sesiones inacabables de sexo extenuante debido a unos restos de aquel polvo blanco que habían quedado en sus reservorios provocándole tal frenesí.
Su depresión de 'ad eternum' afiliado al paro, cambió radicalmente en unas tremendas ganas de vivir esa segunda juventud, feliz junto a sus esposa, sin más gastos que aquellos que un subsidio para mayores de cincuenta y cinco años perfectamente podía soportar, con una casa ya pagada, unos hijos emancipados y todo el tiempo del mundo para dedicarse a los placeres de de la carne junto a su amada.