OPINIóN
Actualizado 08/12/2015
Redactor: Marcelino García

«Ninguna persona debería ser definida por lo que hizo en el peor momento o en el peor día de su vida». Todos somos personas y no se puede minimizar el valor del ser humano.

Autora: Sandra Luis Sánchez. Activista de Amnistía Internacional.

   En los días que corren, la pena de muerte ha sido abolida en gran cantidad de países, pero desafortunadamente todavía es una realidad en muchos otros, y si, esto es lamentable. Estamos en 2015.  Más triste resultal ver que a pesar del avance de la humanidad en otros ámbitos como las artes o la ciencia, esta sigue teniendo carencias ya que bastantes estados continúan juzgando a las personas a través de los métodos más antiguos.

     Cada día hay personas que son ejecutadas como castigo por la comisión de un delito. En la mayoría de los países donde se aplica la pena de muerte, esta se reserva a actos como el terrorismo o el asesinato, pero en otros, está a la orden del día por cuestiones como por ejemplo la sexualidad. Los estados que utilizan la pena de muerte están vulnerando la legalidad internacional, pues condenar a muerte a una persona supone negarle el derecho a la vida, proclamado en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Y a pesar de ello, lejos de mejorar, estamos empeorando, pues en el 2014, fueron condenadas a muerte al menos 2466 personas en el mundo, que es una cifra bastante superior a la registrada en el año 2013.

     Muchas organizaciones internacionales y muchas personas están en contra de este castigo, por considerarlo un "homicidio legalizado"; de entre ellos, me gustaría destacar a Judy Clarke que es una abogada de defensa criminal norteamericana, que ejerce sus funciones en California, y que ha conseguido conmutar la pena de muerte de todos sus clientes, excepto uno. El trabajo que esta mujer desempeña es cuando menos admirable, ya que desde 1995 solo defiende causas "indefendibles", clientes que muy pocos letrados aceptarían si no es de oficio o a cambio de una gran suma.

     Judy lo que logra es trasladar el sentimiento de culpa al jurado, alegando que aunque no se puede minimizar el daño que han hecho los acusados, tampoco puede minimizarse el valor del ser humano, consiguiendo de esta forma que no se condene a sus defendidos a la pena capital, que es un castigo cruel, inhumano y degradante. Además hay que tener en cuenta que no hay pruebas que demuestren que es más eficaz que la cárcel a la hora de reducir el crimen. Es obvio que ella está en guerra con el sistema, en concreto contra la potestad del Estado de matar, por tanto, insiste al jurado para que no solo se fije en el crimen cometido, y para que vea a la persona completa y no solo al "monstruo", ya que con frecuencia, los que cometen crímenes terribles han sufrido traumas severos e inimaginables, además ya sabemos por diversas investigaciones del cerebro que muchas de estas personas padecen trastornos cognitivos que afectan a la esencia de su ser.

     Como dice Judy Clarke, «ninguna persona debería ser definida por lo que hizo en el peor momento o en el peor día de su vida».

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