OPINIóN
Actualizado 07/12/2015
Jesús Garrote

Estos días de política con minúsculas algunos nos sentimos ofendidos por la frivolidad con la que se ensalzan a ellos mismos y justifican las injusticias. Evidentemente soy positivo y quiero ver la botella medio llena en nuestro país. Seguimos siendo afortunados si nos comparamos con realidades más disparatadas de Marruecos, Camerún, Guinea, ? algunos de los que he oído hablar en primera persona.

Pero tanta injusticia amenaza nuestra seguridad y la de nuestros hijos y quizá nuestra comodidad que parece que nos duele más. Evidentemente la brecha de desigualdades ha aumentado, cada vez vemos más desmotivados arriba y abajo, los hijos de los de arriba se quedan sin función, ni responsabilidad en la adolescencia, y pierden el norte y el sur, tienen lo mismo con esfuerzo que sin él, por lo que tiran por el camino más fácil sin saber que pueden meterse en callejones sin salida de consumos, drogas, prepotencias e incluso soledades que pueden llevarles  a la disociación mental.

Los hijos de los de abajo, algunos reaccionan y otros se acomodan con los servicios sociales sin esperar más de su futuro. A estos le apremia más trabajar, lo que estudian no les resuelve el día a día y sus papas algunas veces no se portan bien.

Bueno pues mientras esto sucede personajes grandilocuentes, iban al programa de Bertín a demostrar su falta de profundidad y de ética. Se resumía en yo no te puedo ayudar con la cocina, pero te puedo echar un discurso, eso que en este caso la cocina era de inducción. Dicen que los estaban descubriendo como personas, arreglados vamos.

Cuanto mediocre arriba y cuanto genio abajo. De todas formas nos tienen como a la rana de una olla que van calentando el agua poco a poco hasta que muere, sin embargo si la tiraramos de repente a agua caliente saltaría y probablemente se salvara.

El problema no está sólo en los políticos que son reflejo de quienes llenan sus mítines. El problema subyace en todos los estamentos porque estamos en un sálvese quien pueda agarrándonos a unas leyes superfluas que no permiten atender las excepciones, ni a los que más sufren. La ley de educación es un ejemplo alarmante.

Nadie salta y el que salta parece desorientado y desmotivado, necesitamos más mezcla social para atinar. Nos podemos beneficiar todos si paseamos por más barrios. No basta el buenismo, hay que mancharse las botas de barro y ponerse en el lugar del otro.

Los pobres sienten más, aprendamos de ellos a querer. Un poco de emoción real bien vale una escucha o un diálogo con un desigual. Necesitaríamos menos efectos especiales y menos montañas rusas.

El abrirnos a realidades más sangrantes y ponernos de su lado porque comprendemos, nos ayuda a motivarnos para nuestra propia vida y limita la influencia perniciosa, de unos políticos de alto estatus que nos engañan desde los medios de comunicación que también sirven sus intereses. El cara a cara importa con los más injustamente tratados, no entre clones de discurso fácil y realidad dudosa. 

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