OPINIóN
Actualizado 07/12/2015
Rubén Martín Vaquero

Toros y cañas

Terminaban de dar las cinco en La Glorieta, y un sol con uñas arañaba las arenas del albero, cuando un fusilazo rompió la plaza; llegaba, al galope, un relámpago blanco y negro.

Desafiante?, publicando armas y azuzando duelos, el cárdeno tizoneó las sombras e incendió los burladeros.

Tras las enrojecidas tablas de la barrera, un hombre se santiguó, tentó en silencio los hierros, recogió el guante y saltó al ruedo.

Muerte y vida palpitaron a un tiempo.

Y el demiurgo, ensimismado, sacó la capa torera, citó de lejos, y se dispuso a albear el alma con aguamaniles volatineros.

Y la tarde, rendida y boquiabierta, decidió satinar el aire para que las gentes trenzásemos asombros con enronquecidos alientos.

Y el morlaco, con ceguera de casta, por aguazales de sangre andaba inquieto; tiraba derrotes, embestía a tientas, mientras el engaño escapaba una y otra vez con garabatos de miedo.

Y el crepúsculo aprovechó que la emoción anudó los vientos, para cuajar damasquinados y aguamarinas en los festones del cielo.

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