OPINIóN
Actualizado 07/12/2015
Antonio Matilla

Peina uno las suficientes canas y tiene la frente lo suficientemente despejada, sin un pelo de tonto ni de listo, como para haber podido desear conscientemente una Constitución democrática. A los treinta años tenía experiencia de la vida suficiente, también de la vida política, como para haber deseado y anhelado ardientemente, con impaciencia, que el país en el que vivía, garantizara los derechos humanos, los derechos de cada ciudadano, todos los derechos recogidos por los Tratados internacionales a los que se adhirió después el Reino de España, del que no podía esperarse otra cosa, como estado democrático y estado de derecho que pretendía ser y es.

Un texto constitucional no es un dogma de fe inamovible. Pero teniendo en cuenta que los mismos dogmas de la fe católica son fruto de un proceso de descubrimiento a veces muy prolongado, al que se llega después de padecer muchas crisis y superar muchos problemas, luego de mucha oración, de reflexiones prolongadas y discusiones apasionadas, pudiera ocurrir que el texto constitucional tenga virtualidades aún no desarrolladas mientras que otras lo estén en exceso.

Los sentimientos que suscita el concepto de España y los símbolos que lo expresan -jefatura del estado, himno y bandera nacionales-, siguen contaminados en la conciencia y en el corazón de muchos de nuestros conciudadanos por la apropiación que de ellos hizo el régimen anterior y no les permiten todavía apropiárselos emocional e ideológicamente como suyos.

El legítimo amor a la patria, a la lengua, cultura y tradiciones más cercanas no han dado en muchos el salto a un amor más grande a la patria común, que es grande pero todavía de dimensión humana. Y más en estos tiempos de comunicaciones fáciles y rápidas que deberían facilitar esa apertura.

Mucho puede hacer en esto el sistema educativo, pero no solo no se ha logrado una sintonía suficiente entre los diecisiete sistemas autonómicos, sino que, en todas las Comunidades Autónomas, más en unas que en otras, se han acentuado las diferencias porque no se ha subrayado lo que es común, hasta el punto de que en algunas se considera lo común como enemigo de la identidad propia.

Otro aspecto mejorable es la solidaridad interterritorial. La inercia de mantener la identidad propia ha hecho olvidar que los privilegios económicos de algunas regiones son fruto de la interacción histórica entre los distintos territorios. Y así, convendría revisar que, en contra de lo que suele pensarse, los vencidos en múltiples guerras anteriores ?guerras carlistas, Guerra Incivil-, han sido favorecidos por los vencedores para atraerles hacia la nueva forma de convivencia política, de modo que, unas fuerzas con otras, tienden a igualarse en el conjunto de una historia tan larga como la española. Pero, en fin, que se revise lo que tenga que revisarse.

Y mientras tanto yo a lo mío, a seguir ampliando el marco constitucional con los valores prepolíticos que me vienen de la fe cristiana, especialmente el de la Misericordia, del que habrá que hablar y practicar un poquito a lo largo del próximo año.

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