OPINIóN
Actualizado 03/12/2015
Toño Blázquez

La soledad es antipática pero tiene valores envidiables. Andando despacio por la acera descubro constantes soledades. Unas llaman a la melancolía, otras a paraísos perdidos o biografías desordenadas; hay soledades de gentes un poco payasas que te hacen sonreír un instante, otras te sugieren emociones diversas pero esencialmente placenteras como cuando veo en repetidas ocasiones ancianos acompañados de hacendosas mujeres latinoamericanas, empujando sus sillas de ruedas o entrelazando sus brazos, sosteniendo a los mayores en su precario equilibrio. O un señor mayor solo al frío y limpio sol de las nueve de la mañana, como un calostro bendito anunciador de vida. Con bigote ajado él, medio puro en la mano derecha y un abrigo pasado de años. Le miré a distancia y parecía una estatua humana, de esas que fluyen en nuestras plazas: apósito genial de economía sumergida muy a lo hondo?Decía yo muy para mí: este tío se ha comido el palo de una escoba. Ni se meneaba, oiga. No movía ni un músculo. Y allí se quedó en tal secuencia vivencial.

Aunque mirándolo bien es en la soledad cuando estamos menos solos (Lord Byron, dixit).

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