Kobe Bryant, excelso anotador ligado de por vida a la historia del baloncesto, anunció el pasado domingo que su retirada se producirá al finalizar esta temporada. Acosado por las lesiones y consciente de los límites que le ha impuesto su propio cuerpo, ha decidido anticipar el anuncio de su marcha. Lo hizo a través de esta carta en la que de un modo indirecto enuncia todas las características que definen el descubrimiento y la práctica de una verdadera vocación.
En primer lugar suele haber una llamada, una llamada que no debemos identificar con un evento esotérico, sino con un incremento sutil del gusto por una actividad. En el caso de Kobe Bryant, este se encontró muy pronto lanzando los calcetines enrollados de su padre a la papelera. Precisamente, el hecho de que su padre jugara al baloncesto fue clave en su caso concreto, sí, pero si Kobe hubiera reflexionado conscientemente sobre la actividad de Joe Bryant años después, durante la adolescencia, quizá hubiera jugado al béisbol. Es decir, el entorno, que tiende a modelar nuestra personalidad casi tanto como nuestra propia herencia genética, fue tan determinante como el momento en que se produjo la epifanía, un período, en el caso de Kobe Bryant, en el que los niños aprenden por imitación e idolatran a sus progenitores.
Pero para que esta llamada no se pierda como el eco en medio de la montaña, es necesario contraer un compromiso. "Contraer un compromiso suena disuasorio, pero no lo es. Contraer un compromiso significa, simplemente, enamorarse de algo y construir, a continuación, un patrón de comportamiento que te impulsará cuando ese amor, como es inevitable, se debilite". Estas palabras, con las que David Books, periodista del New York Times, se dirigió a los graduados en la universidad de Darmouth (perteneciente a la Ivy League), se cotejan perfectamente con la experiencia de Kobe Bryant. "Te di todo. Mi mente, mi cuerpo, mi espíritu y mi alma".
Eso sí, no debemos pecar de ingenuos. Si esa llamada siguió sonando, si ese amor permaneció latente y si ese compromiso se mantuvo férreo fue porque se topó con el correlato del talento y con continuas recompensas esparcidas por el camino a modo de incentivos para continuar avanzando. De lo contrario, correríamos el riesgo de hacer proselitismo de esa causa bienintencionada, quiero creer, de quienes se pasan la vida invitando a la gente a seguir sus sueños. Frente a los apologetas del "persigue tu vocación" no es necesario oponer una retahíla de títulos nihilistas o escépticos. Basta con recordar esta carta abierta que un profesor de instituto de la región de la Bahía de San Francisco publicó en el Huffington Post con el título Querido Stephen Curry: eres el mejor pero por favor no vengas a mi instituto. "(?) Tu padre fue un gran jugador de la NBA (?) Eso conllevó para toda tu vida unos privilegios económicos que ninguno de mis estudiantes tiene (?) En realidad podrías venir de otro planeta por lo que a ellos respecta".
Querido Kobe, aunque nunca me emocionó especialmente tu estilo de juego, tu carta sí que me llegó al alma y sin embargo, parafraseando a este humilde profesor de instituto, a este hombre de clase media anclado en el suelo que observas desde varios pies de altura dentro de tu avión privado, no es lo que dices, sino lo que no puedes decir.