OPINIóN
Actualizado 03/12/2015
Ignacio Martín

Hoy, 3 de diciembre, es el aniversario luctuoso de Juan José Arreola; por ello, reescribo esta especie de carta que publiqué el día de su muerte, en 2001. La publiqué en digital y ya no existe el vínculo, por eso el "autoplagio". La foto, curiosamente, se

Maestro, a usted que tanto le gustaban las efemérides, déjeme decirle que se nos fue un día de San Francisco Javier. Siento decirle que fue una jornada marcada a sangre y fuego por la guerra, en Tierra Santa, en Afganistán. Aquí, en México, fue un lunes tranquilo, solo los coletazos de la conmemoración del primer año del gobierno de Fox quién, por cierto, tuvo bellas palabras para usted? Y nunca viene mal un elogio presidencial...

Tuve la suerte de conocerlo, de pasear con usted, por su Ciudad de México y su Guadalajara. Esa Guadalajara a la que solo fui una vez, invitado por usted: "se quedan en un hotelito que hay cerca de mi casa, ahí siempre se queda mi hijo? Yo me encargo de ello, que sé lo que es vivir como estudiante"? O algo así me dijo por teléfono.

Hoy, años después, paseo en el recuerdo, como tantas veces que, antes que yo, seguro que usted vagó por estas calles; imagino la primera vez en esta megalópolis ?que ya era mega entonces­? a ese Arreola, payo jalisciense, que buscando ser actor fue literato, y vendedor, impresor, panadero, hasta tepachero en Colima, que yo lo sé.

Un Arreola joven, un muchacho de Zapotlán que llegó a la gran ciudad, a bebérsela; porque, eso sí, miedo no tenía, y usted quería hacer teatro; bueno, Teatro, porque empezó con Wagner, Usigli, Villaurrutia. Y luego se fue con Jouvet, a la Comedie Française.

Ahí es ná, que diría un taurino.

Maestro, recuerdo cuando lo había conocido, meses antes de esa invitación tan generosa, fue en un lugar emblemático para usted, pero también para la cultura mexicana: el Palacio de Bellas Artes, jardín, o bosque, de sus primeros pinitos teatrales. Usted llegó para hablar de su amigo Juan Rulfo, y dio una hermosa charla, que parecía escrita pero que, doy fe, fue plenamente oral.

Hablando del teatro, leí por ahí que Arreola era un actor de sí mismo. Pué qué, diría el otro, pero también es cierto que actuar es mentir y, eso lo puedo asegurar, usted nunca fue de mentira.

No, Arreola, usted, siempre fue pasión, con todo, de todo, por todo, hacia todo. "La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de las apariciones". Eros y Tánatos, gozo y sufrimiento: Arreola. No en vano, usted, el más grande ajedrecista mexicano, como también he oído que lo calificaban, sufría hasta jugando al ajedrez.

Arreola y la ciudad, Zapotlán en México. Río Nazas, la colonia Cuauhtémoc. La UNAM. Y, sobre todo, la Casa del Lago. Porque usted la fundó, maestro; porque Arreola, sin darse ninguna importancia, sin darle ninguna importancia, agarró todos los tableros de ajedrez que tenía por casa y se los llevó a Chapultepec, para que todo el mundo pudiera compartir con usted un gozo que, a veces, ya lo dije, también le hiciera sufrir.

En la Casa del Lago también demostró que la Literatura, así, con mayúsculas, esa dama ingrata a la que usted dedicó su vida, podría ser amiga de todos. Los domingos de Chapultepec se volvieron punto de reunión de sus muchos amigos literatos, allí leían, declamaban, regalaban poesía a quien quisiera disfrutarla.

Y es que usted, Maestro, siempre hizo literatura, pero a veces escribió en papel y otras en el silencio.

Literatura, y punto.

Es difícil escribir de un maestro. No lo intento, pero escribir de Arreola implica, así sea de refilón, emular a quien las palabras, simplemente, obedecían.

En fin, que a mí no me engaña, Maestro: eso del payo jalisciense siempre me gustó, pero usted fue, es y será, cosmopolita: muchos lo tildaron de escritor afrancesado y europeizante; yo digo que si no hubiera sido hijo de Zapotlán, si no hubiera sido un muchacho autodidacta que despertó a los placeres de la literatura en bibliotecas de cura de pueblo, usted, Juan José Arreola no hubiera sido lo que fue.  O sea que cosmopolita sí, pero a la mexicana, como el propio Distrito Federal; afrancesado, sí, pero también payo jalisciense. Parisino nacido en Zapotlán.

Gracias. Hasta siempre.

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