OPINIóN
Actualizado 02/12/2015
Manuel Alcántara

La desafección política es uno de los factores que está más presente en la vida española en los últimos años. Se da como consecuencia de distintas razones: la corrupción, la larga crisis económica, la ineficiencia de la clase política, el desgaste de las instituciones. Sus efectos concretos han producido una convulsión en la arena electoral desde los comicios europeos hace dieciocho meses que ha traído consigo la potenciación (Ciudadanos) o la aparición (Podemos) de nuevos partidos. Esta situación no solo supone un panorama insólito, es también un reto para el futuro del sistema democrático español. Si la credibilidad que la gente parece estar dando al discurso de ambos grupos políticos, una vez vayan controlando parcelas de poder, se diluyera en poco tiempo, el riesgo de darse una crisis sistémica de consecuencias imprevisibles sería un hecho imponderable.

 

El 20-D no es un punto y final sino apenas un punto y aparte. Algo entremedias: el cambio de las coordenadas en que se ha movido este país a lo largo de siete lustros; la apertura de una nueva etapa con actores individuales y colectivos diferentes que son producto de los cambios registrados en la sociedad española desde 2009 al alimón del acontecer de la Gran Crisis, pero también de su renovación demográfica. El proceso iniciado en 1977 que trajo consigo el periodo más duradero de desarrollo y democracia en la historia de España conllevó una paulatina potenciación del cinismo político articulado en torno a una ciudadanía de baja intensidad poco implicada en los asuntos públicos. La valoración de la democracia como el mal menor y la aceptación del juego partidista de socialistas y populares, principalmente, como inevitable, a pesar de que los partidos desataban altas cotas de desconfianza, fue el mantra cotidiano.

 

Ha sido la crisis económica, unida con el cambio generacional, lo que ha convulsionado el panorama. El movimiento cívico de los indignados, ante las tropelías del austericidio y la impunidad de los gestores de la crisis, que llenó las plazas en mayo de 2011, y la denuncia constante frente al pensamiento único del nacionalismo catalán que, además, ocultaba la práctica del "tres por ciento", han venido siendo un aldabonazo en el actuar de mucha gente. Hoy son expresiones de ciudadanos críticos que vuelven a la política. Frente al adocenamiento de la vida pública, constituyen de momento una bocanada de aire fresco suscitando una responsabilidad enorme.

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