OPINIóN
Actualizado 30/11/2015
Jorge Moya

El pasado 25 de noviembre se celebró el día internacional contra la violencia de género. Todos pudimos observar a políticos, famosos de toda índole y personas en general, haciendo gala de su tolerancia cero contra el maltrato. No voy a mentir, me gustó y me sumé.

Lo que me sorprendió es que todos, y digo todos, hiciéramos sin darnos cuenta, una monstruosa y asquerosa discriminación positiva hacia la mujer, condenando al ostracismo y a la más feroz de la marginación al sexo masculino.

Hubo anuncios, discursos, manifestaciones públicas e incluso  actos solemnes, sobre el maltrato o violencia de género, pero todos y cada uno se orientaron hacia la mujer, como si el hombre no sufriera nunca agravio o vejación alguna por parte de su pareja.

El hombre maltratado existe. No es un nuevo concepto, ni una nueva expresión, ni un símbolo, ni un ejemplo. El maltrato a hombres es una realidad, igual de feroz que el maltrato a mujeres. No hay diferencia.

Pero la sociedad, y por tanto las leyes hechas a su medida, no ha querido mantener un concepto de violencia familiar que englobara todos los maltratos que tienen lugar en el seno de una familia, sin distinguir según el sexo de la víctima.

La violencia en el ámbito familiar está prevista en el Código Penal español, pero existe una poderosa corriente social que pretende reducir el término "violencia" a la que ejercen los hombres y padecen las mujeres, negando así cualquier opción a que la situación sea la opuesta. Contrario a todo principio de igualdad y de presunción de inocencia, así ha quedado reflejado en la actual Ley Integral contra la Violencia de Género.

Naturalmente esta situación conduce inexorablemente a una discriminación cada vez más aguda e insostenible, que no sólo no evita el maltrato sufrido ni por hombres ni por mujeres, sino que además genera una situación propicia para dotar a las mujeres maltratadoras de un arma nueva y muy poderosa contra los hombres: las denuncias falsas.

Puesto que la presunción de inocencia de un hombre acusado de malos tratos está cuanto menos muy en entredicho, una denuncia falsa provoca la detención del hombre, su puesta a disposición judicial y con frecuencia la prisión preventiva, con la única esperanza posible del sobreseimiento del caso, que llegará sólo en el mejor de los casos.

Pero la presión social a la que están sometidos los jueces es tan grande que la inocencia absoluta no asegura a los hombres la libre absolución en un caso en que no hay pruebas contra él, como debería obligar la presunción de inocencia que existe desde el Derecho Romano ("in dubio pro reo") y que aparece en el artículo 24.2 de nuestra Constitución. De tal modo que una mujer puede maltratar al hombre con absoluta impunidad, amparada en el sistema judicial.

Ojalá desapareciera el maltrato y la violencia entre hombres y mujeres, pero mientras tanto, ruego para que la igualdad (que tanto gritaba "la Almedida" allá por los 80) llegue a todos, sin distinción de sexo, ya que además de ella, también sufre él.

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