OPINIóN
Actualizado 29/11/2015
Raúl Vacas

Lame la tarde el sueño de la piedra

y apresa a las cigüeñas que ahora vuelan en silencio

en torno a las cometas y los pararrayos

y sueñan con funambulistas cojos,

y con manzanas maduras

y Dédalo cayendo al mar de la memoria.

 

Tiende a secar la luna sobre las antenas

su luz domesticada

y aún suena en la raíz de los cimientos 

el nombre de Lisboa,

la herida sigilosa del cincel

que esculpe y que desnuda

el frío de la piedra.

 

Y se oye, entre el desorden de los pájaros,

la rutina del hombre enamorado

adormecido en la palabra noche,

y el amor que 

alimenta a los filólogos

que estudian la gramática del sol.

 

Tal vez un día el cielo de las grúas y veletas

sea la envidia de los árboles

y el nicho de los hombres.

Y el mar, el infinito mar,

que es monosílabo y profundo,

sea, por fin, el techo de los sueños,

de los pájaros muertos,

de las brujas que matan a los gatos

para hacer una flauta con sus huesos,

del astronauta adúltero,

de las ballenas.

 

Lame la tarde el sueño de la piedra

mientras los pájaros,

los pájaros

fornican en la catedral.

Fotografía: Alex López

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