Los buenos propósitos para el nuevo año, las intenciones y proyectos del 1 de enero, los cristianos bien podríamos hacerlos este primer domingo de Adviento, el tiempo de espera que, en el tiempo de la Iglesia, es tiempo de esperanza. Tiempo de anuncio y promesa. La novedad de este nuevo año litúrgico es que se trata de un año santo convocado por el Papa Francisco: "Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por esto que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes" (de la bula Misericordiae Vultus).
La puerta santa, arco triunfal que atraviesa el que retorna a los brazos del Padre bueno, ése que espera al hijo que estaba muerto y vive, que estaba perdido y ha encontrado, se abrirá en San Pedro del Vaticano el próximo 8 de diciembre y en la catedral de Roma, San Juan de Letrán, el 12 de diciembre. A la vez en nuestra Catedral de Salamanca y en todas las catedrales del mundo, y con ellas, en frecuentados santuarios. Puertas santas que lo serán también las de las celdas de los presos cada vez que la atraviesen. Puertas santas con la Misericordia en su umbral, su dintel y sus jambas.
El Papa Francisco, peregrino en África, tras viajar a Kenia y Uganda ha decidido visitar al sufrido pueblo de la República Centroafricana, sumido en eterna guerra civil. Adelantando el calendario jubilar, se ha permitido una excepción para abrir la puerta santa de la Misericordia en la catedral de Bangui, la capital del país. Ese templo dedicado a la Inmaculada Concepción abre una puerta a la esperanza de reconciliar y pacificar sobre el cimiento de la Verdad y la justicia. Un buen propósito para el nuevo año, atravesar la puerta santa y acceder al Señor que acoge, y salir por ella y anunciarlo, y cantar eternamente sus misericordias: visitando a los enfermos, dando de comer al hambriento, dando de beber al sediento, dando posada al peregrino, vistiendo al desnudo, visitando a los presos, enterrando a los muertos, enseñando al que no sabe, dando consejo al que lo necesita, corrigiendo al que se equivoca, perdonando al que nos ofende, consolando al triste, soportando pacientemente los defectos del prójimo y, si además de todo esto y ayudados por ello, tenemos fe, rogando a Dios por vivos y difuntos. Un buen propósito con catorce obras que dan vida a la fe, y que nunca se acaban.