OPINIóN
Actualizado 27/11/2015
Félix López

En los climas con estaciones marcadas, el otoño ha sido siempre considerado como una estación romántica que nos inclina a la nostalgia y a la melancolía, por un lado, y a la exaltación de los sentimientos, por otro. El sol tamizado, inclinándose sobre nosotros y  tirando a amarillo en los atardeceres, la noche que se precipita sobre el ocaso, las tardes oscuras de lluvia monótona y tranquila después de las tormentas del verano, el rocío sobre la hierba en la mañana, las  tardes frías que nos invitan a chocolate, las hojas ocres, amarillas y rojas de los árboles sorprendidos por las primeras heladas.


En  otoño, durante mi año sabático, en el Montroyal, monte en medio de la ciudad de Montreal, paseando una mañana de domingo sobre las hojas, que volaban agitadas o eran arrastradas por el viento, escribía:

El otoño está en el suelo,
hojas que van y vienen,
camino de las enamorados,
que están buscando consuelo.

Todo el año es tiempo de pasiones, gozos y dolores, pero el crujir de las hojas bajo los pies, mientras otras revolotean revoltosas a nuestro alrededor, remueve el alma y aflora los sentimientos más íntimos. Estación que nos llama a volver a nuestro interior y nos prepara para el encierro invernal, especialmente en países, como Canadá, en los que la nieve llega con el inicio del otoño y no se va hasta la primavera.


Pero antes, en este comienzo del otoño, disfrutemos de los frutos que  se desbordan: el color dorado de las uvas, el dulzor de los higos, el olor de la manzana, el ruido del cascar de las avellanas y las nueces. Tiempo de frutos sin necesidad de riegos: coger-acariciar cada fruto, mirarlo, olerlo, oírlo y  gustarlo, eso es todo.


Y no dejemos de mirar una y otra vez, escuchando el viento silbando entre las ramas, loas colores del otoño: el rojo pasional del arce, el amarillo en los chopos de la ribera, el ocre en el roble?y el color del alma extasiada por la belleza de la naturaleza y el milagro de la vida.

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