OPINIóN
Actualizado 25/11/2015
Rafael Bellota Basulí

'¿Cómo que aún no has hecho nada?', aquella tarde Isabel reprochaba a Sofía la dejadez en su trabajo para redactar unos informes con unas directrices que supuestamente le había dado el día anterior.

  La sensata Isabel, cuidadosa y eficaz en su trabajo, no daba crédito a aquella salida de tono delante del resto de sus compañeros que pretendía dejarla en evidencia y reforzar el poder de Isabel, un poder que intentaba ocultar su vagancia, su  desorden y su ineptitud. No era la primera vez que lo hacía. Los compañeros sabían perfectamente de la pulcritud en el trabajo de Sofía y también conocían bien el despotismo de Isabel.

'¿Qué informes?, no me habías comentado nada', respondió Sofía con la calma que le proporcionaba el estar segura de que si así hubiese sido, lo habría resuelto con las presteza y eficacia que siempre lo hacía, sin haberle importado llegar tarde a su casa un día más.

Isabel, lejos de reconocer su error y sabiendo perfecta y cínicamente que su única intención era hacerse valer y justificar su puesto, le gritó: '¡Siéntate ahora mismo y prepara los informes!'

 Sofía, con toda la educación le respondió: 'Mañana cuando me aclares que trabajo tengo que hacer me pondré con ello. Estoy segura que con lo ocupada que estás debes haber pensado que ya me lo habías comentado y no ha sido así. Hoy ya me marcho a casa'. Y cogiendo su bolso y su abrigo y aguantando la indignación, se encaminó hacia la puerta de la planta 11 donde tenía su puesto de trabajo, dejando a Isabel de pie al lado de su mesa y sin saber que decir.

 Isabel, a pesar de haber vuelto de comer a las cinco y media de la tarde, decidió hacer lo mismo, contrariada por la respuesta de Sofía y de que su reprimenda no hubiese tenido los efectos deseados.

 Al salir de la planta se dirigió al ascensor, abrió la puerta y pulsó el botón del bajo para salir a la calle. Justo antes de cerrarse completamente la puerta, ésta se volvió a abrir violentamente y una mujer desconocida y corpulenta entró acompañada de un perro también grande y malencarado. Algo atemorizada, en un trayecto descendente que se le hacía eterno, escuchó en tono firme y desairado la voz de esa mujer diciendo: '¡Siéntate!'

Isabel obedeció sin rechistar.

La mujer la miró sorprendida y asustada a su vez, pensando que se había vuelto loca, o en el mejor de los casos, que simplemente quería acariciar de cerca a su perro, pero, al verla allí sentada e inmóvil en el suelo del ascensor soltó una sonora carcajada. Le decía siéntate a 'Sultán', ese boxer que, al igual que su dueña, la miraba con ojos de extrañeza y que, en ese momento, ya había comenzado a lamerle la cara destrozando su maquillaje.

Leer comentarios
  1. >SALAMANCArtv AL DÍA - Noticias de Salamanca
  2. >Opinión
  3. >¡Siéntate !