OPINIóN
Actualizado 23/11/2015
Sagrario Rollán

Resalta Virginia Wolf  en Las mujeres y la literatura que la frase en la que pensamos y expresamos las ideas está hecha por los hombres. Victoria Camps, por su parte, en El siglo de las mujeres, subraya  que los valores ideológicos y morales, incluidos los de las mujeres que trabajamos en la educación, perpetúan modelos  patriarcales.  Mi experiencia de casi 30 años como profesora de Instituto en las áreas de Filosofía, Ética, y Psicología corrobora estas afirmaciones. Con una mayoría de mujeres entre mi alumnado, que se va incrementando a lo largo de los últimos años, vengo teniendo la sensación de presentar un pensamiento deshabitado, en el que las mujeres en los libros de texto, así como en los programas académicos institucionales brillan por su ausencia. Mujeres que tienen mucho que decir - y lo han dicho-  acerca de las condiciones sociales, políticas, familiares y existenciales que nos toca vivir a todos como personas, no son ni siquiera mencionadas.

Si bien es cierto que  los foros universitarios y urbanos se están haciendo eco de esta problemática, como lo prueba el tema de tantas jornadas , el impulso  creativo y filosófico femenino no llega a los pasillos de  los adolescentes. La filosofía académica en el bachillerato privilegia el desarrollo de conceptos y problemas abstractos,  es  repetitiva y convencional, y se halla lejos de las inquietudes de los más jóvenes, entre éstas la del necesario protagonismo de las mujeres en la historia y en la sociedad, así como la igualdad efectiva de oportunidades.

"Como cruzamos casas,  despacio, cavilando/ si se hallan habitadas,/ así cruzan las mentes entre mentes pensando/si se hallan habitadas" (E. Dickinson)

Pensando si se hallan habitadas pasamos por esas mentes jóvenes,  y en un sentimiento   de desalojo y lejanía . Muchas veces me pregunto si mi voz pasa a través de los espejos adolescentes ,  si es capaz de atravesar los muros de imágenes que bombardean su cerebro, o la indolencia de su mente abotargada y cansada, por tantas horas de aprendizajes inútiles;   me pregunto si algo tiene que ver mi palabra con sus inquietudes, mi palabra que no es mía, sino la voz de un texto académico muerto,  y entonces tengo la sensación de aquellos que atraviesan la ciudad al atardecer como dice el poema.

Me pregunto si será posible habitar un pensamiento que a veces parece ciego y mudo. Mas pienso en tantas voces que  resuenan con fuerza, aunque en su momento fueran voces casi ahogadas, por las circunstancias, el sufrimiento y la muerte,  las voces vitales de tantas mujeres subterráneas,  que no abordan los libros de texto, pero que alimentan la historia del pensar con una savia generosa y fecunda. Desde la clínica, desde el exilio, desde la universidad, el claustro monástico o la fábrica, salvando  esa diferencia ancestral de lo privado y lo público, hablan las mujeres, que desde siempre también han tratado de hacer la casa habitable.

Sin embargo no se trata solo de hacer la casa habitable, sino de hacer habitable la vida pública ,  el pensamiento dominante y el discurso que lo sustenta. Porque los cambios del nuevo siglo pasan por los cambios, según  Victoria Camps, no sólo en la legislación, sino sobre todo en las costumbres, en las actitudes y en los modelos. La escuela como lugar intermedio entre la familia y la vida política debería ser un ámbito privilegiado, donde se prestara atención a estos matices del pensamiento y a los desplazamientos que conlleva.  Y la coeducación es insuficiente, si a chicos y chicas les seguimos inculcando, aunque sea inconscientemente, sobre todo si es inconscientemente,  los modelos tradicionales, y si permitimos que en la escuela se consoliden los prejuicios machistas o feministas en hombres y mujeres.

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