OPINIóN
Actualizado 22/11/2015
Paco Blanco Prieto

El símbolo de las aspiraciones americanas encendió en Dallas la vela del recuerdo eterno, con un disparo.

Cincuenta y dos años hace que fue asesinado en Dallas un estadounidense nacido en Berlín el 22 de junio de 1963 junto al muro de la vergüenza, siendo presidente del país del Tío Sam tras llegar a la Casablanca gracias al patrimonio familiar, porque como dijo su millonario padre: "Para llegar a la presidencia de los Estados Unidos solo se necesitan tres cosas: dinero, más dinero y mucho más dinero".

El día del asesinato se retrasó el toque de silencio en el colpicio, ante el desconcierto de los colpicianos en las "familias" que ignoraban el retraso del silbato a los interruptores de la luz, hasta que el guardián habló para decir lo que ninguno comprendimos, porque entonces nuestro mundo formaba parte de otro mundo, intramuros del recinto.

Con el tiempo supimos del magnicidio lo que contaron los comisionados de Warren en taparrabos, sin creernos ni una letra del amplio informe porque una bala milagrosa negaba la realidad de la conspiración responsable de acabar con la vida de quien se atrevió a pedir a los ciudadanos que se preguntaran qué podían hacer por el país, en lugar de cruzarse de brazos en espera de lo que el país hiciera por ellos.

Cercano John, grande Fitzgerald, valiente Kennedy y eterno JFK, que juntos formaron un póker de políticos hermanados, con imaginación para llevarnos a la luna, solidarizarse con los berlineses y aceptar el fracaso en Cochinos, arriesgando su talento para resolver la crisis de los misiles ruso-cubanos, comprometiéndose al mismo tiempo con los derechos civiles, hasta convertirse en símbolo de las aspiraciones del pueblo americano.

Pero también con él dio los primeros pasos la dolorida guerra vietnamita, hiriendo los católicos sentimientos de quien aliviaba sus dolores de espalda en una mecedora, soñando amores prohibidos silenciados con un puritanismo que carecía de escrúpulos para el imperialismo, la geopolítica y la guerra, impidiendo que JFK descanse en paz, porque su recuerdo se mantiene en la esperanza del pueblo americano.

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